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Ayer los colores de la 'Union Jack' flotaron sobre el cielo de Maó. El rojo, el blanco y el azul serpenteaban en el aire junto con los aviones acrobáticos de las fuerzas aéreas británicas. Durante todo el fin de semana, como una orgullosa ex colonia, aunque el objetivo último sea turístico, la ciudad ha presumido de su pasado inglés y hasta las gaitas de las tierras altas han tomado las calles. Ni David Cameron hubiera planificado una campaña mejor.

Contemplando a los turistas, no sé si ingleses, galeses o escoceses, que juntos miraban el cielo, aplaudiendo, siempre comedidos, y musitando algún 'oh nice' pensaba cuán distintos somos, nuestra historia, nuestro carácter, pese a que en estos días constantemente se hayan buscado similitudes debido al referéndum de independencia de Escocia y las aspiraciones catalanas.

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Sería agradable que aquí pudiéramos tomarnos las cosas con esa flema, me parece envidiable. Pero dudo que ayer o un día cualquiera de los que están por venir hasta el 9 de noviembre, se pudiera contemplar con el mismo entusiasmo a la Patrulla Águila, el grupo acrobático español. Grupo que por cierto vi por primera vez, y fue muy aplaudido por los aficionados, en el festival Aerosport de Igualada.

Las cosas desde entonces han ido a peor. Referirse hoy a Cataluña es meterse en un jardín lleno de espinas, en un debate visceral, en blanco y negro, o estás conmigo o contra mí, o te sientes de un lado o del otro, no ambos; no hay más que ver cómo muchos, amparados en el anonimato, dan rienda suelta a sus fobias en redes y diarios digitales. Y da qué pensar. Pensar en si somos igual de maduros que nuestros vecinos del norte –que todo sea dicho, unos días antes de votar movieron su ahorros a bancos ingleses, ganó la cartera, no el corazón-, o en si saldremos malparados de esta.