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Estar exento de cadenas no implica ser libre. Existen otras ataduras subliminales más peligrosas. El esclavo, en estos casos, no se percibe como tal y carece, pues, del prurito de luchar por su liberación y en contra del poder –cualquier poder- que lo subyuga. ¿Es libre quien no puede concebir su propia vida sin un móvil? ¿Es libre quien sucumbe, sin previo análisis, a los estados de opinión cocinados desde las clases dirigentes, con la repetición, cansina, de una mentira interesada?

Un pueblo inculto (o medianamente ilustrado) es fácilmente manipulable. De ahí el desamor –tal vez incluso el temor- que, desde el poder y desde los poderes fácticos, se ha sentido siempre hacia la educación, la gran cenicienta de las sociedades totalitarias que, bajo apariencia democrática, os dicen que debéis hacer, pensar y sentir. Algunos ejemplos resultan, tal vez, paradigmáticos. Desde los más sencillos, hasta los más lacerantes. Uno, muy simple, de manipulación casera: en el supermercado, los productos básicos jamás aparecen juntos, sino en lugares entre los que media una gran distancia. Así, mientras el comprador intenta localizarlos dando un largo rodeo, va observando géneros innecesarios que acaba adquiriendo. Las estanterías no deben estar ni llenas a rebosar ni muy vacías. En el primer caso el cliente deduce que en el hiper nadie compra (¡por algo será!) y, en el segundo, que el establecimiento está a punto de quebrar. Junto a una oferta, un producto caro (mensaje subliminal: puedo adquirir ese objeto costoso con lo que me he ahorrado con el otro, rebajado). Y junto a la cajera, bombones y chocolate para endulzar el pago. Estas estrategias son sobradamente conocidas pero –temes- sólo por parte de una minoría… ¿Compra, pues, libre y conscientemente, el cliente?

La cuestión va adquiriendo tintes de drama, sin embargo, cuando lo que está en juego no es la lista del supermercado, sino la propia dignidad. Os han hecho creer –hoy, ya no- que los préstamos bancarios eran pan comido, hasta el extremo de que algunos no cayeron en la cuenta de que, incluso, tenían que devolverse y con intereses. Era dinero fácil. Ese con el que alcanzabais la felicidad falsa que se os mostraba. Al fin y al cabo, no eráis nadie si no contabais con piso propio, coche potente, visa oro y unos pasajes metidos en la mesita de noche…

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Toda esclavitud, además, exige celdas, carceleros. También esas y esos han cambiado. En el presente os controlan con modernizada metodología. No cubren su rostro, pero se esconden en nubes de la información. Saben –o podrían saber- lo que habéis escrito en vuestros mensajes, las páginas que habéis visitado, los perfiles remitidos. Y vuestro paradero. Pero vosotros no el suyo. Nadie conoce a nadie. Y las guerras ya no se libran en un territorio concreto. Los enemigos no son países. No hay estandartes. Y los soldados no tienen cara. ¿Cómo luchar contra quien os somete?

Un último ejemplo: ¿votaría real y libremente alguien en Cataluña el próximo día nueve de Noviembre? ¿Sería consciente el elector de los pros y contras de una opción o de otra? ¿Se ha cuestionado alguien si verdaderamente es cierto el aserto de que los catalanes no son queridos y de que España les roba? Se hallarían ejemplos parecidos en el lado opuesto de la contienda.

Puede que anide en vosotros, pues, un sentimiento de impotencia no originado exclusivamente por la crisis económica, sino, más bien, por la indefensión que sentís ante la fuerza de esa oscuridad e indefinición actual del poder. Ante él, tal vez, y una vez más, las únicas armas válidas sean las de la cultura y las de la educación. Sólo ellas os mostrarán las cadenas; sólo ellas os defenderán ante los estados de opinión; sólo ellas pondrán en evidencia los subterfugios de tantos; sólo ellas os harán críticos; sólo ellas os enseñarán a pensar; sólo ellas os harán libres; sólo ellas, en definitiva, os salvarán…