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Doce años atrás colaboraba también en «Es Diari» con artículos de opinión. Uno de ellos no pasó la censura. Bosco Marqués, su director, me llamó para comunicarme que la línea editorial -el Obispado- no estaba de acuerdo con mi artículo. Ponía en duda de alguna manera que Jesucristo era Dios y debía rectificarlo. Y como escribir cada semana sin remuneración es una obligación que a veces llega a pesar, sobre todo si se tiene mucho trabajo, me despedí de Bosco.

Sin embargo no fue ésta la única vez que me despedí de mi amigo por una censura, si bien con pesar, por cobrar mil pesetas por artículo. Treinta y cinco años atrás, Bosco, por entonces subdirector del «Diario de Mallorca», me comunicó que el director vetaba, por impropio, este artículo que resumo a continuación, titulado «Los lavabos»:

«El local estaba en su apogeo. Una luz tenue permitía cierta visibilidad. A duras penas distinguía pinceladas de tela, carne, cristal, humo, música y murmullos. Solo de vez en cuando alguna prenda o voz estridente desgarraba de un brochazo la armonía. Yo andaba abstraído junto a mi acompañante, una joven extranjera. Afuera, la noche avanzaba, era ya el día siguiente, si bien, adentro, la hora estaba detenida.

-Vuelvo enseguida- dijo mi acompañante en su idioma mientras Julio Iglesias garabateaba el cuadro.

Frank Sinatra hizo parpadear de repente las luces. Aquel retablo impresionista se tornó algo realista. Personas, mesas, sillas, vasos, iban y venían a la vista según los fogonazos. El tono lumínico subió hasta la realidad en su segunda canción. Estábamos efectivamente todos allí, respirando, no era una tela, no estábamos pintados, inmovilizados. Noté que despertaba, y el tiempo volvía a acogerme en su seno, cuando mi acompañante, ya de vuelta, profirió:.

-Los españoles sois unos guarros.

-¿Por qué?- respondí, extrañado.

-¿Has visto los lavabos?

Me introduje en el cuadro, en dirección a los servicios. A duras penas podía avanzar entre las pinceladas. Me paré frente a tonos ocres, amigos recién llegados. Proseguí hacia el fondo, hasta los tonos más oscuros. Allí, asomé la cabeza a los lavabos. El de señoras estaba encharcado, papeles por el suelo y una luz fundida. El de caballeros era inenarrable, parecía que las hordas salvajes lo hubieran arrasado...

Por entonces estas faenas eran por desgracia frecuentes.

Yo pedía...un inspector de lavabos».

Entendí al Obispado, pero no al mallorquín.

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