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La derrota sobre la opción de independencia en el referéndum escocés celebrado el jueves 18 de septiembre de 2014, no fue una derrota sin contraprestaciones, quizá por hacer bueno una vez más aquello de que «las penas con pan son menos». Desde Londres les ofrecieron «el oro y el moro» si triunfaba el 'no', léase una mayor devolución de prerrogativas autonómicas, dicho de otra manera, una mayor cuota de poder. En estas mismas páginas ustedes se recordarán que hace tiempo que dije que el intento secesionista catalán iba a salir caro, muy caro, en cualquiera de los casos posibles que finalmente se den. En ese aspecto, el señor Mas, encastillado y apostando a la carta más alta, acabó metiéndose en un callejón sin salida. Pero aun fracasando, como el jefe del Gobierno escocés, Alex Salmond, que su aventura le ha costado la dimisión, si el señor Mas tampoco logra sus objetivos, lo normal es que dimita, pero no lo hará sin haber conseguido beneficios para Catalunya.

De momento, como el 'no' ha sido muy claro contra las ansias independentistas de los separatistas escoceses, no parece que vaya a darse en Escocia ese insensato, torpe y dictatorial consejo en democracia de propugnar la desobediencia civil que pide Oriol Junquera si la consulta independentista del 9-N en Catalunya fuera declarada ilegal por el Tribunal Constitucional.

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Un político emanado de las urnas, elegido por tanto democráticamente, como Oriol Junquera, que pregona semejante barbaridad en un Estado de derecho, se convierte de inmediato, por decirlo suavemente, en un auténtico imprudente que se descalifica para ocupar en democracia ningún cargo público, porque ni siquiera cae en la cuenta que eso que él proclama lo pueden poner en práctica contra él mismo si un día, gobernando Catalunya, a la ciudadanía no le gusta su forma de gobernar. A veces el pueblo tiene memoria.

Volviendo a Escocia, algunas cosas parecen aflorar después de la votación separatista, como cuáles pueden ser los motivos que llevan a emprender ese camino tan lleno de obstáculos del secesionismo. Los motivos no son nunca uno solo, si no más bien el conjunto de muchos desencuentros unido a la ruta marcada por políticos empecinados que envuelven su gestión con la bandera, alejados de ese dogma que asegura que la unión hace la fuerza. Ellos no tiene ningún problema en manifestar lo contrario: la unión nos debilita. Y si a eso le agregan, para endosárselo al personal, eso de «Espanya ens roba», apaga y vámonos. Creo que la gente ni siquiera cae en la cuenta que conseguir la independencia en ningún caso es para nada sinónimo de vivir ya sin ningún problema. Solo por enumerar uno y que según a mi se me figura no es el único ni el más peliagudo, estaría el tema de la moneda, el euro. ¿Se podría continuar en el euro? Probablemente no. ¿Volver a la peseta? ¡Hombre! Eso tampoco. Huele a España. Así que ni hablar. Total, una moneda nueva. Y ese tema, ni es sencillo ni fácil, y normalmente, por la experiencia de otros países, suele salir caro. Otro problema añadido, que ya está empezando a calar en la ciudadanía y que va a dejar su huella impresa a los no catalanes, es que se dan cuenta que no resultan queridos por Catalunya. Porque no es España la que se quiere separar precisamente. Y ese sentimiento de rechazo va calando, igual que ha calado la animadversión a todo lo español por parte de la población separatista catalana.