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Me despido del árbol centenario preparando una conferencia sobre los primeros 150 años de Instituto en Mahón que se van a conmemorar en breve. Y me vienen a la cabeza nuestros años de iniciación en el viejo edificio de la Plaza de San Francisco o Es Pla d'es Monastir, tras los cuales inauguramos el nuevo instituto-actual Ramis- en pleno fragor de los míticos años sesenta del ¡pasado siglo!, con su mítico Mayo del 68, epopeya de la que apenas nos llegaban los ecos porque aquí continuábamos de lleno en los años de plomo del franquismo, bajo una férrea censura informativa. Íbamos a afrontar quinto de bachiller y quien más quien menos de aquel magnífico curso avistaba ya la aventura universitaria…

Los aniversarios son momentos muy adecuados para volver la vista atrás y analizar lo vivido para poder afrontar el futuro mejor pertrechados. Así, si repasamos el discurso inaugural del Instituto de Mahón, oficiado por Cardona y Orfila, su objetivo era «cultivar nuestra inteligencia con la adquisición de la verdad y enriquecer nuestro corazón con la práctica de la virtud», todo un programa revolucionario que debió de pasar por alto a las autoridades de entonces, celosas guardianas de la pureza doctrinal. No es difícil imaginar que «el cultivo de la inteligencia y la adquisición de la verdad» no eran para nada objetivos de los regímenes políticos que se estilaban en aquellas lejanas épocas.

La definición fundacional tiene mucho que ver con la de otra venerable institución mahonesa, que se autodefinía sí: «El Ateneo es una agrupación enciclopédica de hombres doctos que, practicando la más absoluta Tolerancia, van a la Cultura por la Crítica». Como se puede colegir, una declaración tan liberal tenía que provocar dolorosas ampollas en diversos estamentos de la sociedad de entonces (no olvidemos que estamos hablando de a principios del siglo XX), y muy especialmente en el clero, cuyo rector en Mahón Ambròs Carabó se las tuvo dialécticamente con el presidente del Ateneo Antoni Victory, ante quien se jactó de odiar a «todos los institutos, ateneos y universidades de España».

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Si conecto Instituto y Ateneo es para resaltar que ambos, o sea el Saber, nunca ha sido muy bien visto por el Poder, al que no le interesan tanto ciudadanos informados como dóciles. Y es palpable que se van laminando las Humanidades en aras del futuro Rendimiento / Productividad que exige no tanto ciudadanos que plantean preguntas (no otra cosa persigue la filosofía), como actores de la rueda incesante del consumo, para lo cual necesitan menos filosofar, mucho inglés y habilidades informáticas para pulsar la tecla del «me gusta» y juntar mucha positividad (la nueva religión del siglo XXI), escaso pensamiento crítico y menos espacio público, el auténtico damnificado de toda esta fanfarria.

En tiempos de zozobra como los actuales en los que afrontamos una crisis profunda que no se circunscribe solo a la economía sino que afecta también a la credibilidad de las instituciones y a la ética cívica, un acontecimiento como el que conmemoramos este año es una oportunidad de oro para reflexionar sobre los objetivos fundacionales del Instituto que hoy parecen más necesarios que nunca. Porque solo con una educación que no olvide aspectos fundamentales de la persona, que no la reduzca a un mero eslabón de la cadena productiva y del actual ocio embrutecedor, podremos cambiar el actual estado de cosas.

Una educación, en suma, en la que no se marginen las humanidades y su corolario de espíritu crítico y se potencie una ética cívica con valores universales en vez de convertirla en un batiburrillo de compartimentos estancos basados en la lengua, la religión o el estatus social. Lo que pretendían, más o menos los padres fundadores del Instituto de Mahón y que se ha convertido hoy en cuestión de supervivencia.