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Los que vivimos fuera de España gran parte del tiempo sufrimos al ver la imagen que muchos tienen de los españoles. Esa percepción que se tiene de poco trabajadores, de bajo nivel profesional y de aprovechados es algo que duele. Uno tiene que esforzarse en demostrar que los profesionales españoles son tan capaces y honrados como los de cualquier otro país.

Esta semana, en esta lucha me siento derrotado. La imagen exterior de España que se ha dado estos días es la confirmación de la peor visión que se pueden tener de nuestro país. Si no la hubiera vivido aquí, casi no lo creería.

Primero ha sido el ébola. Evidentemente, un accidente puede pasar en cualquier parte, pero el cúmulo de fallos, la forma en que se tomó el control por la Administración en los primeros momentos, o mejor dicho la ausencia de control, y la falta de explicaciones son todo un conjunto de hechos que demuestran la falta de profesionalidad de quienes son responsables del sistema.

No voy a entrar aquí en la lista de estos fallos. Los medios de comunicación los han enumerado ya bastantes veces. Solo mencionaré la enorme falta de tacto y la insultante actitud del responsable por la Comunidad de Madrid de la salud pública. El señalar como culpable del problema a la enferma, Teresa Romero, ya justificaría por sí mismo la dimisión automática de este político.

Los responsables políticos durante la primera semana han dado un espectáculo increíble ante el mundo con sus declaraciones a la vez que demostraban total incapacidad para controlar la situación y naturalmente garantizar la seguridad de la población. Menos mal que los profesionales de la sanidad están en sus puestos haciendo lo que pueden con los medios a su alcance.

Pero es que a la vez ha salido el asunto de las tarjetas negras de Caja Madrid. En esto se ha demostrado una falta de honestidad por parte casi todos los que formaban parte de los sistemas de control y dirección de la entidad. Casi peor son las declaraciones de algunos de los involucrados en estas turbias historias. Todo está justificado o por la ignorancia personal o por la culpa sea de otro.

Uno de los problemas que parece imperar entre las personas involucradas en estos asuntos es la ignorancia de la ética. Solo se preocupan de la legalidad y eso no es admisible en personas que ocupan puestos públicos. En posiciones políticas hace falta mantener una actitud ética, no solo deben seguirla quienes ocupan estos cargos, sino que debe ser aparente a todos los ciudadanos. Si se pone en duda su ética personal, la persona debe dimitir.

Esto no es solo un ideal inalcanzable, es algo que funciona en muchos países, pero que no parece aplicarse en España. Pero claro, la ética no se impone por ley, es parte de la educación básica de los ciudadanos. En un editorial del periódico «El País» se pedían «estructuras vigorosas para controlar la tendencia a la corrupción política y al abuso», si hacen falta estas estructuras. Pero no creo que eso baste sino que es necesario también una firme creencia en una ética personal por parte de todos y eso es parte de la educación de todos los ciudadanos.

Pensando en estas cosas me ha venido a la mente la figura de Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala, el autor de tantas fábulas que leíamos de niños y que estaban dirigidas a educarnos en ese sentido ético. Él era también un agudo crítico de las estructuras políticas y eclesiásticas de la época, lo que le valió ser perseguido por la Inquisición. Como les ha pasado actualmente a algunos de los jueces que investigan la corrupción. Me preguntaba que hubiera el escrito él en ese momento si aun viviera, y con perdón de Don Félix, me atrevo a reescribir su fábula de las moscas:

«A un panal de rica miel

dos mil moscas acudieron

que, por aforadas, vivieron

disfrutando de él.

Otra en Suiza

enterró su golosina.

Así, si bien se examina

los políticos de la casta

disfrutan a toda pasta

del vicio que les domina».