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El temido día de mañana ha llegado hoy, sin avisar y casi a traición. El mes de octubre tiene la mala costumbre de sumarme un año al expediente vital cada 365 días. A los 29 ya lo tengo asumido, ando funambuleando con los 30 coleccionando arrugas, canas, sonrisas, aciertos y alguna metedura de pata, entre otras cosas, convencido de que hay pocas cosas de las que pueda estar más seguro que del día que nací. Desde que era un renacuajo cada 21 de octubre acostumbro a soplar velas, pedir deseos y cumplir a rajatabla -unos años mejor y otros peor- con el protocolo que se exige. Voy creciendo, expectante, mientras que algunos todavía me aseguran que el día de mañana las máquinas tendrán sentimientos y serán más inteligentes que nosotros, tendremos robots criados y podremos volar, entre otros temas.

Mientras los empollones gestionan los dos últimos aspectos, el primero ya es toda una realidad. Facebook es más inteligente que tú, probablemente, y que yo, seguro, y me ha trastocado, entre otras cosas, la vida. Esta semana he descubierto que contra lo que pensábamos mi familia y yo, no nací el 21 de octubre, sino que lo hice el día 20. O al menos a esa deducción llegó el 'chivato' del programa que acostumbra a alertar a los despistados de cuando cumple años fulanito, menganito, Cristiano Ronaldo o el pequeño Nicolás. Nos permite a muchos quedar requetebién cuando somos incapaces de recordar ninguna fecha.

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La máquina le aseguró a algunos de mis contactos que cumplía el día 20 y desató, seguro que a conciencia y con intenciones ocultas, una oleada de felicitaciones online precoces que se propagaron en llamadas y mensajes telefónicos. O lo que es lo mismo, viví el horror digital de mi cumpleaños repartido en dos días. Para alguien al que no le gusta celebrarlo, tener que hacerlo por partida doble supone un auténtico suplicio. Viviendo como vivimos en un mundo repleto de absurdas demandas con sus correspondientes absurdas sentencias, quizás debería plantearme demandar al fundador de la potente red social por daños morales, físicos, psicológicos y el estrés que conlleva recibir en dos días más de 300 felicitaciones que merecen ser contestadas. Ya sabes, amigo lector, que no soy avaricioso, que no pido mucho y que me conformo con poco, así que si el señor Zuckerberg tiene a bien soltarme un par o tres de 'milloncejos', en blanco o en negro me da igual, de estos que le sobran o que no le caben en la cartera, llegaremos fácilmente a un acuerdo que evite el engorro de tener que pasar por el tribunal. Por su bien, digo.

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