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Me voy a una selva africana donde hay profusión de animales salvajes y acaso también hombres primitivos. Llevo días navegando en una canoa ligera, acompañado por la bióloga. Es joven, rubia, tiene los ojos verdes y con las expediciones antropológicas, marchas a pie y demás ha adquirido un cuerpo divino. Sabe muchas lenguas indígenas. Va experimentando sonidos nuevos, por si tenemos la suerte de encontrar una tribu totalmente aislada del mundo exterior. «¡Hiohiooúú!» grita, formando bocina con las manos «¡Haihiaat!» Al cabo de muchos días alguien nos contesta «¡Hiohiooúú!» La bióloga replica: «¡Haihiaat!» Contenemos la respiración. Ahora el rumor de los árboles y el gorjeo de los pájaros resulta enervante. «¡Haihiaat!» suena finalmente. La bióloga salta de alegría. Pero empiezan a aparecer salvajes con lanzas y falditas de paja, de aspecto terriblemente distante. Probamos con multitud de idiomas, pero es inútil, sólo conocen dos palabras: «Hiohiooúú» y «Hiahiaat». Y vete a saber lo que querrán decir. Nos llevan a un poblado de una docena de cabañas, situado en un claro del bosque. Llegamos a la conclusión de que éstos hablan por signos y sólo tienen las dos palabras cuyo significado aun no conocemos. Nos instalan en una cabaña, y todos los habitantes del poblado saltan y ríen a nuestro alrededor. Organizan bailes frenéticos, acompañándose con timbales, con las caras pintadas y los cuerpos adornados. Se postran ante el foco de luz de la linterna y: «Hiohiooúú», «Haihiaat».

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Luego, en días sucesivos hemos obrado muchos prodigios, como hacer fuego con cerillas mientras ellos rascaban con dos palitos, o hacerles un doble poniéndolos delante de un espejo, o sacar truenos y relámpagos de nuestras escopetas. Hemos confundido el día y la noche con luces de butano, hemos metido a un montón de gente en una máquina fotográfica instantánea y otros milagros de la técnica. Supimos que esperaban de nosotros todos estos prodigios, porque nos han tomado por Hiohiooúú, el dios macho, y Hiahiaat, la diosa hembra de la fertilidad. Así que nos hemos quedado a vivir con ellos, para protegerlos con nuestro poder y engendrar toda una prole de dioses blancos y poderosos. La cosa venía que ni pintiparada, para que yo estrenara a la bióloga, que ahora se halla en estado de buena esperanza. Antes de enviar este mensaje dentro de una botella quiero confesaros otra cosa: los indígenas ya no se expresan por signos, pues les estoy enseñando mi lengua materna: el catalán.