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La expresividad es un valor en alza. Me encanta cuando las personas son expresivas. Cuando van más allá de la pose correcta. El otro día una amiga me comentaba que le daba dolor de estómago una bebida chispeante pero que aun así no podía dejar de tomarla porque lo que más le gustaba era que al beberla las burbujas entraran en tropel haciéndola llorar de alegría. Puro placer aunque después pagara las consecuencias. Lo que me gustó es que no se quedó en el «dolor de estómago» explicó por qué le gustaba tanto. Es cuando te cruzas con una mamá o papás estresados por la maternidad, paternidad y te explican lo maravilloso y no maravilloso que tiene desempeñar los nuevos oficios. El poder compartir experiencias hace que no te sientas tan bicho raro. Pero lo que me da coraje es cuando tienes cierta confianza con alguien y le preguntas cómo está, cómo se encuentra y te responde «bien». Suele pasar cuando te cruzas con alguien por el camino, o coincides en la escaleras, o en el ascensor. Y me pregunto interiormente «¿seguro?; ¿cómo de bien?; vamos, no me lo creo con el careto que tienes». Supongo que respondes «bien» por sistema, para no entretenerte porque tienes prisa por llegar a tu destino, porque tampoco tienes la suficiente confianza para decirle «pues mira estoy bien por esto y por lo de más allá»; o «mira, no estoy bien. No estoy pasando mi mejor momento por aquello,...». Quiero pensar que si fuéramos expresivos la sociedad sería mucho mejor. Es como a la hora de dar besos y abrazos, a las personas le cuesta esta forma de expresarse. A veces un abrazo hasta de un extraño, o de una persona no habitual en tu vida te puede reconfortar. Pero sin perder el hilo de la expresividad verbal, me encantan las personas que dicen lo que sienten. Las que te comentan lo que sintieron al ponerse frente a un cuadro, una fotografía, al ver una película. Además no siempre que uno dice «bien» está bien. A veces esa palabra esconde un «estoy fatal, pero no te lo voy a decir por no molestar. O porque bastante tengo con aguantar mi vela». ¡Error! porque las penas compartidas son menos penas. Por ejemplo, si me hubiérais preguntado la semana pasada qué tal estaba os hubiera dicho: «mal», «fatal». «Quisiera ser una avestruz para meter mi cabeza en lo más profundo de la tierra». Me encanta hacer repostería: cocas, tartas,... y, alma de cántaro, se me ocurre la feliz idea de promocionar mi mano repostera ofreciendo mi mejor coca a un bar. Proyecto fallido. La sensación de ridículo era tal que era incapaz de valorar mi esfuerzo por emprender. Si no emprendo, al menos aprendo.

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@sernariadna