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Antes de que apareciera dentro del amplio abanico político (el Parlamento tiene ya 15 partidos políticos), lo de Pablo Iglesias, antes de que Podemos existiera, desde estas mismas páginas (algunos de ustedes lo recordarán), advertí reiteradas veces a los políticos que debían cambiar, que por la trocha que transitaban sólo se iba al precipicio de la desafección. ¿Pero quién va a escuchar a un humilde politólogo por más que este lleva toda la vida intentando entender la razón y la sinrazón de algunos comportamientos de los políticos, capaces, como estamos viendo, de hartar a la más paciente de las ciudadanías?

Privilegios escandalosos: lo de viajar a tutiplén, de acá para allá y a veces en pandilla, a no se sabe bien a qué ni por qué, todo a costa del contribuyente; una jubilación por haber ejercido de político ni la mitad de los años que necesita otro trabajador; viajes sin justificar por toda España; secretarias; despachos; coches con chófer y unos salarios, cuando la crisis aprieta, que son como si estuviéramos nadando en la abundancia o como si la crisis sólo fuera cosa de los demás. A todo eso, que no es precisamente poco, añádase el descarado ladronicio de algunos, con una corrupción escandalosa. Y para cuando a alguno de esos corruptos la justicia le toma interés, los sumarios se eternizan, el pecado prescribe… el caso es que rara vez acaban en la cárcel. Y si van a la cárcel es para entrar y salir al poco tiempo.

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Los políticos en general jamás han tenido presente que en democracia el cargo mayoritario y más importante es el de ciudadano. Por si todo fuera poco, aflora el resentimiento cuando los políticos han gastado miles de millones en construcciones faraónicas, las más de las veces completamente prescindibles. Y encima teniendo que asumir que contra esto poco o nada se puede hacer. Ser un político incompetente en España no es delito, ni figura, que yo sepa, en nuestro ordenamiento jurídico.

Todo un cúmulo de escasos o pobres ejercicios políticos son lo que ha creado Podemos. Y además, lo terrible es no ponerle coto de una vez al tema de los corruptos. Una crisis cuyas consecuencias más dolorosas no van a parar al bolsillo de los políticos, si no a las nóminas de los trabajadores. Eso ha hecho crecer a Podemos. Negarse a una comisión para que aflore públicamente todo el desaguisado de las cajas y sobre todo el socavón de Bankia, la desvergüenza de las tarjetas opacas, ese desastre de las preferentes, el presunto fraude en la salida a bolsa de Bankia… en fin, una y mil desastradas cuestiones han terminado formando un magma, un caldo de cultivo para que de la noche a la mañana aflorase Podemos. Estaba cantado, nutriendo sus filas del hartazgo de la ciudadanía. Al extremo que en menos de un año la gente de Podemos han pasado de ser unos frikis, que decían algunos, a una fuerza política tan más allá de lo emergente que con seguridad va a derrumbar un bipartidismo encastillado en lo que llevamos de democracia. En resumidas cuentas, los padres y madres virtuales de Podemos hay que buscarlos en la manera de ejercer el poder del PSOE y el PP. Si estos hubieran hecho las cosas teniendo siempre presente que en democracia lo más importante es la ciudadanía, si hubieran sido rigurosos y transparentes en el manejo del dinero ajeno, si hubieran tenido la sensibilidad de la prudencia en el ejercicio de sus privilegios, si hubieran sido adictos a decir la verdad aunque ésta les perjudicara, si no se hubieran escudado siempre en esa pobre excusa de mal pagador con esa cansina y estúpida letanía del «y tú más», casi con seguridad que Podemos no existiría. En cualquier caso, como consecuencia final, la ciudadanía también somos culpables, pues somos nosotros con nuestro voto quienes elegimos a nuestros políticos.