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Los ojos de Europa, y muy especialmente los del Bundesbank, el Banco Federal Alemán, estaban este fin de semana puestos en las elecciones griegas. Y Grecia consumó el cambio, un cambio que se ha calificado de histórico y que ha dado la victoria electoral a la coalición de izquierdas Syriza y que ha supuesto no solo la derrota del centro-derecha sino sobre todo el hundimiento del también histórico gran buque del socialismo heleno, el Pasok. Aquí el PP y el PSOE se han apresurado a decir que España no es Grecia, pero establecer un paralelismo con el sorprendente auge de Podemos y el de Syriza -ambos comparten su rechazo a las políticas anticrisis, canalizan el enfado ciudadano que éstas han generado y cuestionan el pago de la deuda-, resulta inevitable.
El odiado y adorado a partes iguales líder de Podemos, Pablo Iglesias, ya dejó claro a quién apunta: se están dibujando para las elecciones generales dos opciones -declaró recientemente-, seguir con el PP o votar a su formación y a él, autoproclamado adalid del cambio.

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Así que si las cosas se desarrollan como en la vecina Grecia el gran damnificado será el socialismo clásico, porque a la derecha Iglesias sabe que no le va a robar votos; al contrario, puede que ésta recoja las papeletas de muchos ciudadanos que temen la incertidumbre, que no quieren asomarse al vacío fuera de una Unión Europea que machaca pero también arropa, ni hacer experimentos con su moneda. El Bundesbank y Reino Unido ya han lanzado sus avisos: hay que cumplir para recibir ayudas (y no hay que olvidar que el gobierno socialista griego falseó las cuentas que presentó a la UE) y comienza un periodo de incertidumbre económica, como si no hubiera habido ya suficiente.

Ahora la gran pregunta es si, una vez en el poder, Syriza suaviza su discurso para gestionar el país o se pone el mundo por montera. Y si Podemos sigue su estela o habrá sido solo un revulsivo. 2015 se presenta intenso.