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Elena se despertó de repente, apenas había dormido unas horas y una pesadilla le provocó un latigazo en su espina dorsal que hizo que abriera los ojos de golpe y se pusiera de pie en un respingo. Fue al cuarto de al lado y vio como su hijo dormía con un pie fuera de la manta. Tocó a su hijo y estaba helado, le abrazó tan fuerte que lo despertó y sollozó unos segundos, En el calor del pecho de su madre Joan cayó de nuevo en un plácido sueño. Elena notó sus pies congelados, veía vaho salir de su boca en cada suspiro, le habían cortado la luz, y en breve la desahuciarán de su casa. La pesadilla era la vida misma.

Sufrir la vergüenza de la pobreza, sentir el rechazo de los desalmados que la señalan con el dedo al grito de: «Elena has vivido por encima de tus posibilidades». Pero aquel hombre de traje y corbata, tan perfumado, tan engominado, tan reloj gordo en la muñeca, tan «trabajo en este banco y soy el más experto en hipotecas del mundo mundial», tan zapatos brillantes y modales exquisitos, le dijo que ella sí que podía comprar aquella casa. Y se lo dijo con la misma sonrisa diabólica con la que estafó a don Manuel, de 84 años, colocándole unas preferentes diciéndole que solo tenía que poner una cruz en varios papeles y darle los ahorros de toda la vida. Y la pasta de don Manuel y el sudor de Elena se fueron para otros engominados, con relojes aún más gordos, que se lo gastaron en vinos y burdeles, esa es nuestra banca queridos lectores.

A Elena no le enseñaron la letra pequeña. Ella solo curraba como una mula en la cocina de aquel restaurante y los fines de semana limpiaba los chalets de los señores, que siempre la trataban muy bien, porque la señora tenía una educación muy cristiana, muy de la caridad, y le daba a Elena las sobras de las opíparas cenas, o la ropa que ya no usaba, o los utensilios que ya no necesitaba. Pero como una cosa es la caridad y otra son los derechos, a la señora no se le pasó por la cabeza contratar a Elena, con lo buena que era ella con la chacha, para qué necesitaban contratos.

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Y la letra pequeña de la hipoteca decía que Elena era tonta del culo por firmar aquellos papeles, que hubiera sido mejor que hubiera vendido su alma al diablo. Porque a ellos les importa un carajo que Elena se fiara de aquel gran experto del mundo mundial, o que tuviera la EGB a duras penas. A ellos les importa una mierda la vida de Elena, por eso enviarán cuatro furgonetas de antidisturbios, armados para la guerra, para arrancar a golpes de porrazos a Elena y a su hijo de ese humilde piso de de 60 metros cuadrados. Y se sentirán grandes servidores de la ley y el orden. Se irán a sus casas satisfechos y tranquilos por ser policías, y trabajar para los bancos sacando a mujeres, niños y ancianos de sus casas, cuyo gran delito fue no ver la estafa que su banco les vendió.

Recientemente los dos grandes partidos han firmado la aplicación de la cadena perpetua en nuestro país. Pero lo que han aprobado hace ya tiempo, con sus políticas, o su inanición, ha sido la pena de muerte encubierta para cientos de ciudadanos. Unas diez personas se suicidan al día en nuestro país, se calcula que tres de ellas se quitan la vida por motivos relacionados directamente con la crisis-estafa, pero de esto no hablan porque se autoinculparían como asesinos.

Nuestra Elena va a seguir luchando, por dignidad, por carácter y por amor a su hijo. Si nos obligan a elegir bando, nos deberíamos quedar, sin dudarlo, con Elena.