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La semana anterior relaté el episodio de unos delincuentes canarios que montaron una tienda y prepararon informes bancarios con el fin de asaltar las ferias de muestras de la Península, ordenando pedidos, a destajo, de toda clase de artículos... Y a esperar, como esperan los pescadores con su caña de pescar... Las empresas que picaban el anzuelo salían del mar comercial directamente a la parrilla.

Creía yo que se trataba de un suceso aislado, pero, no, resultó ser una práctica común, pues eran numerosos los pescadores que transitaban por las ferias.

A dos de ellos tuve la oportunidad de observarlos, en directo, en el caladero de la Feria de Alicante.

Estaba yo en animada cháchara en el stand de un fabricante menorquín cuando aparecieron dos hombres dispuestos a comprar su mercancía. Desde mi asiento percibí por el tonillo que eran canarios y poco a poco por su talante, sus ademanes y su indumentaria que se trataba de pescadores. Al marcharse le revelé al fabricante lo que a buen seguro ustedes ya se imaginan. Las posteriores investigaciones corroboraron efectivamente mi impresión, por lo que el pedido no se consumó.

Estos malhechores no pescaban sólo con caña, sino también con redes. Superaban con creces la perspicacia y la imaginación del buscón de Quevedo. Aprovechándose de la lejanía y la desconexión de las islas, les dio a algunos por usurpar la identidad de comerciantes canarios, por lo que los informes bancarios del nuevo cliente resultaban ejemplares. En ocasiones se descubría bien es cierto la impostura, pero en otras el pedido era servido religiosamente.

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En este caso telefoneaban los pescadores a la fábrica para conocer la fecha de salida de la mercancía. Una vez en la isla, contactaban con la agencia de transportes para conocer el día y la hora de la entrega -en la dirección, claro está, del cliente usurpado. Cambiaban entonces su atrezo de pescador por un mono de empleado, la esperaban enfrente del comercio pertinente, firmaban la entrega y la introducían en un furgón, en dirección al puerto, para su socio africano, sellando así la novelita.

Tal fue la sangría que en su día protagonizaron estos delincuentes, que el comerciante de las islas gozaba de una reputación pésima, por desconocer muchos fabricantes lo que les acabo de referir.

Saliendo de una feria cierto almacenista canario me confesó en una ocasión:

-¡Es increíble, parecía que no me querían vender!

Esto sin embargo es historia, sucedía 30 años atrás.

florenciohdez@hotmail.com