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La petición de licencia para la instalación de una nueva tienda Mango en Maó, por parte de la sociedad Punto Fa, ha hecho oficial lo que ya prácticamente se sabía en la calle, la irrupción de las grandes cadenas es una constante en los últimos años en el centro de la ciudad y de todas ellas, la que parece haber apostado con más fuerza por su implantación en el municipio es la firma de Isak Andic. Tres establecimientos, más la llegada de otras sucursales de la moda, sin duda dan para pensar en la transformación que experimentan nuestros cascos históricos. Y es que una de las consecuencias más visibles es la uniformidad de los mismos; hoy día es habitual que pasear por una zona de tiendas de cualquier ciudad europea te depare ya pocas sorpresas: albergan casi todas las mismas cadenas, de ropa, café o cosméticos, da igual.

La implantación de esas multinacionales también responde a una demanda del mercado, a sus precios más baratos, que logran casi siempre deslocalizando su producción, algo que generalmente no nos cuestionamos cuando miramos y comparamos etiquetas. Para ser consecuentes, creer y apostar por los pequeños comercios de toda la vida no tendría que ser solo de 'boquilla' sino con la cartera. Criticar las cadenas y luego acudir a ellas, dentro o fuera de la Isla, es una opción, pero una opción hipócrita.

Cuando se comenta que estas firmas expulsan del centro a otros comercios modestos, se obvia decir que son los propietarios de los locales los que estipulan los precios de alquiler, y que como es comprensible quieren obtener beneficio. ¿Pero puede un pequeño comerciante que desee estar céntrico pagar por ejemplo un alquiler de 3.000 euros al mes en la calle Bonaire? La respuesta, es 'no', mientras que para una gran cadena eso será probablemente calderilla. Pero la golosina de un alquiler elevado es muy tentadora.

Entonces ¿quién expulsa a quién? Siempre es más fácil mirar hacia afuera pero lo cierto es que el cambio en los cascos comerciales, para bien o para mal, está siendo cosa de todos.