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No te refieres al partido. Sino a ti mismo y a tantos que os englobáis bajo ese genérico. Has oído hablar recientemente de la indignación vuestra, ciudadana, por tanto. Una indignación justificada y que se ha dirigido hacia la clase dirigente que, como has dicho ya, por activa y por pasiva, tiene muchísimo que desear. Pero ahora, tal vez, sería bueno reflexionar sobre la parte de responsabilidad que, con respecto a la que está cayendo, tenéis también vosotros. Porque la ejemplaridad ha de ser demandada a todos. El progreso de una nación, su carácter modélico, no depende únicamente de quién tiene en sus manos el timón, sino igualmente de todos aquellos que conforman la tripulación… Algunos ejemplos pueden ser clarificadores y pertenecen a casos reales que has constatado personalmente.

A.- Cafetería. Interior día. Entran dos hombres con mono azul. Uno de ellos devora la prensa, mientras presume de seguir cobrando del paro y mantener, paralelamente, dos trabajos en negro, en uno de los cuales sisa material. Lo contaste no hace mucho. Su compadre, al oír sus habilidades, babea de envidia. «!Jo, tío, como te lo has montado!». Finalizado el mitin, el héroe contempla una foto de Pujol y vocifera todo tipo de insultos sobre su persona y sobre los políticos en general. Nada que objetar. Tan sólo que, en la lista esgrimida, falta su propio nombre. Y, si te apuran, el de su babeante admirador.

B.- Un conocido bien pensante te confiesa que ha hurtado a Hacienda una ingente cantidad de dinero gracias a una argucia, eso sí, totalmente legal…

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C.- Un padre solicita ayuda a un instituto porque –señala- no puede pagar los libros de texto de su hijo. Al cabo de unos días te lo encuentras engullendo en un bar un whisky tras otro mientras bromea con un Iphone de última generación…

D.- Un cuarentón echa pestes contra los políticos (sí, lo sabes, te repites). Pero lo suyo no es sino proyección de errores propios. Hizo una arriesgada operación inmobiliaria que le salió mal con deseo ávido de pelotazo inmediato. Ahora no llega a final de mes. Malvive. No analiza. No reconoce el error cometido. La culpa, al fin y al cabo, es del otro…

La lista sería interminable: famosos que, en lo deportivo, defienden con lágrimas la bandera patria mientras su nacionalidad es la andorrana; progenitores que recurren a amiguetes para que enchufen a sus hijos, puenteando a los que verdaderamente merecen ese puesto laboral; entidades médicas que no extienden facturas adecuadamente cumplimentadas; electricistas que te dicen que lo de tu calentador no tiene solución y que no queda otra que comprar otro aun a sabiendas de que con un simple fusible se arreglaba la cosa; fontaneros y pintores que engordan las horas trabajadas; funcionarios indolentes que desatienden o mal atienden a quienes osan acceder a una de sus ventanillas; policías municipales que confunden vigilancia con paseo; abúlicos trabajadores sin vocación o hálito… Y, así, en pleno descenso, hasta llegar al guarro que deja en la calles los excrementos de su perro o el papel de la chocolatina, cuando no su escupitajo y luego se queja de que la ciudad no está limpia…

Que la actual clase dirigente (salvo honrosas excepciones) es vergonzosa se iza como verdad incuestionable; que, más que a estadistas, tenéis a ideólogos de baja intensidad; que el daño por ellos causado ha sido inmenso; que el ávido afán del enriquecimiento y el egocentrismo han presidido la inmensa mayoría de sus actuaciones… Pero no es menos cierto que ha habido un marco de picaresca ancestral y una nula responsabilidad personal y, como tal, intransferible. Que todos hemos sido, tarde o temprano, en uno u otro sentido, «casta». Y que si exigimos honradez para quienes dirigen el cotarro hemos de hacerlo tras haberla conquistado o recuperado a nivel individual. Porque, de no ser así, esto jamás tendrá arreglo. Ni credibilidad las palabras airadas que lancemos, como siempre, hacia el otro, hacia los otros…