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Pasacalle de la vida», así es como se llama un aria compuesta por Stefano Landi durante el primer barroco italiano que pude disfrutar hace un par de domingos durante el precioso concierto de La Galatea que se celebró en el antiguo claustro de Sant Francesc, actual patio del Museu de Menorca. Si tuvieron la desgracia de perdérselo, no duden en acceder a YouTube y asomarse al canal de Michele Bertucci, en el que encontrarán otra espléndida versión de la pieza (https://www.youtube.com/watch?v=xOmwDG6D_YU).

El texto de «Pasacalle de la vida» –también conocido por «Oh come t'inganni se pensi che gli anni» en virtud de su primer verso o incluso como «Homo fugit velut umbra» por el tópico latino al que hace referencia- es de una crudeza no por realista menos demoledora. Baste decir que la frase más repetida del aria es «Bisogna morire», o sea, «Hay que morir, hay que morir, hay que morir» y así hasta la friolera de... ¡34 veces! En mi opinión, habría que buscar los orígenes del exacerbado nihilismo del «Pasacalle de la vida» en el pesimismo truculento de las danzas de la muerte medievales y, desde ahí, trazar una línea discontinua que lo enlazara también con la estética macabra del Barroco (Valdés Leal), el Romanticismo (Friedrich) y el decadentismo simbólico (Böcklin) pues, como no me canso de repetir a mis alumnos, la Historia del Arte es cíclica y, al igual que la materia, «no se crea ni se destruye, sólo se transforma».

En cualquier caso, aunque al principio me pareció que el soleado claustro de Sant Francesc era el marco menos adecuado para las notas fúnebres y parsimoniosas de Landi, enseguida le encontré sentido a dicho contraste. Al fin y al cabo, el Barroco es así: pura paradoja. Pues, ¿qué mejor que la sensación de plenitud, serenidad, calma que translucía el luminoso patio del museo para recordarnos a todos que «hay que morir»? Que, como dice el texto del aria, «La vida es un sueño (...), qué breve es el gozo (...), la medicina no sirve (...), es imposible curarse (...), es imposible deshacer este nudo (...), no vale la pena huir (...)». Ante semejante planteamiento vital, no queda más remedio que adoptar la siguiente estrategia: «Se muere cantando, se muere tocando (...), se muere bailando, bebiendo, comiendo» o, lo que es lo mismo, Carpe diem, tempus fugit. ¿Verdad, Maria Antonietta?

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En la misma línea existencialista se mueve el magnífico discurso de aceptación de su merecidísimo Premio Cervantes pronunciado por Juan Goytisolo. A continuación, reproduzco parte del último y más significativo párrafo: «El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de ésta en el ámbito de la escritura. (...) Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. (...) Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia».

Las palabras de Goytisolo retratan un país convulso y depauperado, pero ante el que no cabe la resignación de Landi, sino la rebeldía un tanto suicida de quien no lo da todo por perdido. Así sea y... Hora pro nobis, es decir, ¡ojalá que la hora nos sea propicia, Juan!

Tercer y último apunte cultural: este fin de semana hemos estado pintando paredes –un tortura digna del infierno dantesco- en casa pero, aun así, el domingo por la mañana me escapé un ratito a la Sala Cultural Sa Nostra para asistir al concierto de final de grado medio de dos alumnas del Conservatorio, la pianista Marina Pons y la soprano Camila Tudurí. Aparte de lo fantásticamente bien que lo hicieron ambas, me llamó la atención lo variado y ambicioso del programa. En su parte vocal, que es la conozco mejor, Camila se atrevió nada menos que con Schumann, Debussy, Händel, Piccini y Satie... Reflexión final: en Menorca, el que se aburre es porque quiere. ¡Chapeau, compañeras!

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