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La otra noche, resguardado tempranamente de la basura pactista, terminé en cama la lectura de la segunda parte de «Don Quijote», que había leído, y solo a trozos, muchísimos años ha. El final, no por sabido, me ha entristecido: don Quijote se declara cuerdo, asume su condición doméstica entre el proselitista revoloteo de Carrascos, curas y sobrinas.

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Me hubiera gustado oírle retando a la muerte, alanceándola, encamado él, ella de negro y guadaña, aprestada en un rincón del aposento...He subrayado una frase en boca de Claudia Jerónima, una mujer que se sabe burlada : «Éste, pues, por abreviar el cuento de mis aventuras, te diré en pocas palabras la que me ha causado. Vióme, requebróme, escuchéle, enamóreme, a hurto de mi padre; porque no hay mujer por retirada que esté y recatada que sea, a quién no le sobre tiempo para poner en ejercicio y efectos sus atropellados deseos» ¡Cuánta perspicacia, cuánta sabrosura! La seducción es una cuestión de tiempo, y hoy, cuando ya no existen almenas y el asedio es apenas un abordaje, la figura del seductor ha quedado obsoleta.

Albert Camus, quien, como todos los grandes seductores compulsivos conjugaba mejor el verbo amar por pasiva que por activa, en una nota de sus «Carnets», escribía : «A uno le llaman seductor, cuando ellas no te dan siquiera la oportunidad de decirles que sí». Hoy, los jóvenes dicen: «Venga, vamos al grano» ¡Qué horror, pero sobre todo, qué error!