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Los cursos mueren en el salón de actos de los institutos, cuando, en junios terminales, se celebran los últimos claustros de profesores. Llevas ya 34 vividos y con la previsible próxima reforma educativa, allá por 2016, habrás vivido ocho. Una cada cuatro años. ¿Se puede enseñar así? Y mientras miras a las compañeras que se jubilan, a Inma, a Guida, a Conchi, en la conciencia de que, probablemente, serás tú el próximo, te preguntas si eso –la educación- le ha importado alguna vez a alguien, como no sea a ellas y a quienes con vocación (mayoría inmensa) y no eterno acomodo (molesta minoría) os dedicáis a una de las profesiones más bellas... Mientras el calor juguetea por la estancia abarrotada del Ramis, piensas en los políticos que se metieron, sin conocimiento ni anhelo, en lo vuestro, para remover el patio, sin consultar a quienes lo habitaban y, por ende, cuidaban. Han cambiado –lo has vivido- los colores ideológicos, los gobiernos, pero no así la enseñanza, sometida a reformas que, como Serrat diría, nunca se acaban. Cada ministro del ramo recién llegado (procedente, tal vez, de Defensa o Agricultura, que pá chulo yo) no ha visto jamás desde su atalaya narcisista alumnos, sino posibilidad de pasar a la historia, esbozando la definitiva revolución de la educación en España...Y, sin embargo, no han pasado los aspirantes a héroes por las aulas; ni han entrado en las salas de profesores con la mente abierta para escuchar y tomar nota; no han convivido con los alumnos con necesidades especiales, esos a los que les han hurtado profesores de apoyo; no han palpado el sufrimiento callado del adolescente con casa en desahucio y futuro negro como el carbón de las calderas que, a duras penas, calientan las aulas envejecidas. Han predicado. Pero rara vez han dado trigo.

En esa misma sala tus alumnos de teatro representaron una obra. Y aún con nota puesta acudieron por las tardes para rematar la faena. El teatro –es sólo un ejemplo- tendría que ser obligatorio. El teatro que ejercita la expresión oral y comprensión lectora. El que combate la timidez. El que es arte y literatura; educación física y música; plástica y expresión gestual... Y escuela de responsabilidad: el estudiante sabe que no haberse aprendido el papel o llegar tarde perjudica a sus compañeros. Por eso sí memoriza y llega puntual porque se sabe partícipe de destino ajeno. Tras esa representación, Erika, Abel, Érik, Sara, Elsa, Neus, Íñigo, Cristian, Marc, Noelia y Khadija, metidos a actores y actrices pertinaces, probablemente gozaron del placer de lo que se ha hecho bien...

Ningún ministro optará por esta materia. Tal vez porque nunca estuvo en ninguna representación de ningún centro, ni vio el semblante iluminado de quien poseía el coraje de subirse a los escenarios. Los suyos son otros, de espectadores sumisos que les hacen creer en su deidad. Tampoco se les enseñará a los alumnos a aprender a aprender y, así, desprovistos de herramientas, difícilmente serán autónomos en su proceso de aprendizaje. Otro tanto ocurrirá con los valores éticos, a no ser que éstos se muden en burdas catequesis del gobernante de turno...

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En ese último claustro reiteras tu amarga certeza de que jamás verás un pacto en educación, porque la España cainita no entiende de eso, como de tantas otras cosas...

Y a la salida los ves: recogen sus boletines de notas, indefensos ante los pecados de omisión de quienes, aun ostentando ministerios de educación y ciencia, carecen de lo uno y de lo otro. Y, si te apuran, de sentimientos. Y te duele que pronto te alcance tu jubilación sin haber presenciado el anhelado milagro: el de una educación decente. O ese otro prodigio: el de un ministro pisando un aula o asistiendo a una representación teatral, que no sea la de un vomitivo mitin...