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En mi infancia carecer de agallas eran manifiestamente vestigios de cobardía. Y como yo rehuí siempre las peleas, creía ser un cobarde. Aún hoy, en caso de una reyerta, el puño se me ablandaría, en vez de endurecerse como un pedrusco. No podría. Mi blandenguería psicológica impediría toda demostración de fortaleza física.

¿Se acuerdan ustedes cuando exterioricé en uno de mis artículos literarios, semanas atrás, que admiraba a los médicos por ser la única profesión que no podría ejercer?,... pues hasta este punto alcanza mi temblor. Veo un poco de sangre en una acera y me dirijo instintivamente a la de enfrente, lo más lejos posible de todo cuanto significa arrojo o valentía.
Podría ser que esta aprensión sea en lo más hondo, no más que sentido común. En fin, trato de ser mi propio defensor; abogo por una salida intermedia, abogo por el hombre que vive respirando el oxígeno, cobardemente, como yo,... que supongo, no soy el único.

Militar en el bando de la cobardía tiene no obstante sus ventajas. Conlleva, por ejemplo, la exclusión en las peripecias urbanas. Lo mismo que ser temeroso con la velocidad exime de los accidentes viales. Naturalmente, a veces, las colisiones dependen del azar. Pero, el porcentaje de probabilidades de implicación en unos incidentes es mucho menor.

Hete aquí, sin embargo, que el sábado por la tarde la casualidad obvió la proporción. En un cajero automático del BBVA, donde estaba lucrándome, se abrió la puerta. Una voz a mis espaldas exclamó: «¡El dinero!» Me giro y veo a un hombre, amenazándome, con un cuchillo tan grande como él... ¡La leche!... ¿Qué ocurrió?... En la filmación de la cámara del Banco se me ve, claramente, a mí, al cobarde,  arrancando el cuchillo de carnicero al malhechor, saliendo éste finalmente por piernas de la sucursal bancaria...

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¿Qué sucedió para que un cobarde actuara como un valiente?...

Pues, verán, sopesé, por su expresión, por su mirada, por sus maneras, que aquel individuo era incapaz de insertar el cuchillo, ni siquiera, a un animal. ¡Tenía frente a mí a uno como yo! ¡Dos cobardes de distintos estamentos frente a frente! Decidí, por consiguiente, además de salvar el pellejo, salvar también los trescientos euros... Lo engolosiné, enseñándoselos por un lado, mientras me lanzaba inesperadamente por el otro sobre el cuchillo...

Si el malhechor hubiera transmitido peligro, de seguro claudicaba. De todos modos, presiento que sin entregarle sumisamente los trescientos euros. Hubiera tenido que currárselos... No se cómo...

La pasta fortalece el puño.

La pasta es vida.