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Si no tienes un pito no eres nadie. Al menos no en la India. Esta es la conclusión a la que he llegado en mis primeras horas en este país donde sus habitantes tiran precisamente de pito para arreglar la mayoría de sus conflictos. Bueno, antes de que te imagines amigo lector un akelarre cárnico y orgístico en el país inventor del Kamasutra, te admitiré que donde digo pito tendría que haber puesto claxon pero a lo mejor te habrías aburrido y no hubieses seguido leyendo hasta aquí.

Como te decía, llevo muy poquito descubriendo esta nación y de momento mi mayor contacto se resume oníricamente. Tras 24 horas viajando –salimos del aeropuerto de Menorca el jueves a las 7 con una tramontana tan salvaje que pensé que acabaríamos en África-, tres vuelos de una hora a Madrid, dos horas a Londres y de nueve horas hasta Bangalore, hemos llegado a esta ciudad sureña donde la principal regla del Código de Circulación es que pites. No se sabe muy bien si para avisar de lo que vas a hacer, para avisar de lo que los otros no pueden hacer, para matar el tiempo o simplemente para que sepan que estás vivo y lo tengas en cuenta cuando tomen según qué decisiones.

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Me ha resultado curiosa la cantidad de veces y de situaciones en las que el señor taxista ha recurrido al claxon. Ha habido una en la que estábamos literalmente solos en la carretera –Es lo que tiene aterrizar en un lugar a las 5 de la mañana- y aún así ha pitado. Sé que te resultará absurdo que en un país tan impactante como la India te venga con milongas sobre los pitos de los India –perdón, de los cláxones-. Pero como te decía apenas llevamos un rato. El tiempo justo de pelearnos con el muchacho de la recepción porque lo que habíamos reservado no se parece en nada a lo que nos hemos encontrado y de echar una siesta para recuperarnos del tute de aviones.

Ahora que vamos a salir y a dar el primer paseo confío en que el Karma, ese especie de equilibrio universal que compensa cualquier mal trago con algo bueno tenga a bien hacer las paces con algún plato típico de aquí en alguna paradita que no se excesivamente cara pero con encanto. Para liberar tensiones más que nada. Porque hay a quien se le conquista por el claxon –perdón, el pito- y a mi se me conquista llenándome el estómago.