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L a semana anterior nos abandonó un deportista relevante: Andreu Capó. Después del mítico Nito Bagur posiblemente ha sido -junto a su primo Joan Capó- el guardameta más destacado, salido de la Isla. No alcanzó, no, sin embargo, Andreu el lugar que se merecía en el escalafón nacional. Un ejemplo notorio de que la suerte tanto en el fútbol como en la vida innumerables veces es esencial. Precisamente de esto conversé con el cirujano que me operó hace unas fechas. Procedía casualmente de Terrassa, donde Andreu dejó una huella indeleble. Lo recordaba como un protagonista de su niñez, una institución, una persona recordada y querida en la ciudad.

Andreu poseía un carácter suave, tranquilo. Nunca lo vi alterado en los años que jugamos juntos. Ni que decir tengo que sólo bienaventuranzas puedo referirles de este amigo. Personas así uno las perpetúa con especial cariño hasta que uno mismo se va.

De seguro Andreu me sugeriría recordar igualmente en esta misiva a nuestro común amigo Pedro Prats, fallecido asimismo el año pasado. Prats fue también durante muchos años un baluarte del Atlético de Ciutadella. Siguió una temporada el mismo curso que nosotros, Capó y yo, jugando los tres en el C.D.Menorca. Eran ambos tan distintos como lo son la noche y el día. Mientras Andreu era calmoso Pedro era un vendaval, una auténtica fuerza de la naturaleza, tanto en la cancha como fuera de ella. Detrás de la inmensa vitalidad de Pedro había sin embargo un niño con el corazón tan blanco como el de Andreu.

Recuerdo que por escasez económica, en un viaje a Eivissa, el club, el Atlético, decidió que Prats, el jugador más veterano y capitán del equipo, asumiera asimismo el rol de delegado. Como en realidad estos viajes eran un premio que nos concedía la vida los disfrutábamos al máximo, alargando el día hasta la madrugada. Nos reuníamos habitualmente en una de las habitaciones a jugar a póker. En fin, despistábamos al delegado, lo mismo que sorteábamos a un contrario en el terreno de juego. Pero hete aquí que Pedro, además de ser un gran defensa, era honesto y estricto. Apreciaba las cosas pulcras, bien hechas. Y, como delegado, la pulcritud consistía en ir a dormir, no jugar a póker, donde Andreu destacaba tanto como en la portería.

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Pedro nos perseguía a oscuras por los pasillos del hotel mientras nos trasladábamos de habitación. Al día siguiente las distintas opiniones se cruzaban, en el área del salón, como balones en varias direcciones. Pedro chutaba la frase que paraba con seguridad Andreu. Al final todo quedaba en tablas, y amistad hasta la muerte, que por desgracia llegó, y que sentimos con pesar todos los que les conocimos.

Otro jugador destacadísimo que también nos dejó durante el año anterior fué Joan Orfila. Jugó en el Mallorca, Jerez y también en el Terrassa como Capó. Fue compañero nuestro en el Atlético...Como futbolista alcanzó la segunda división, pero les puedo asegurar, como persona era sin duda de primera.

Más joven que ellos, asimismo recientemente desaparecido, era, otro atlético, Berto Moll. Le conocí antes de que me salieran los dientes, allá, en el Patio Salesiano. Una persona afectuosa, con mucha clase fuera y dentro del campo de fútbol. Berto era de una suavidad parecida a la de Andreu y Orfila. Pedro era único.

Los cuatro, en verdad, entrañables.

florenciohdez@hotmail.com