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Así se llama el primer capítulo de la Guerra de las Galaxias. No hace falta ser futurista para saber que la guerra ha cambiado, igual que lo han hecho las costumbres, las comunicaciones y las formas de transporte que utilizamos.

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Sin tanta sofisticación tecnológica, una guerra convencional era una carnicería donde todos se mataban mutuamente sobre el terreno. Ahora, identificar y localizar al enemigo no es tan fácil. La amenaza se ha vuelto fantasma. En las ciudades, resulta difícil separar a un posible kamikaze de la buena gente que se cruza con nosotros por la calle. Los terroristas son capaces de inmolarse porque, en cierta manera, ya están muertos. Muertos vivientes que caminan teledirigidos para causar el caos, el dolor y la desesperación con sofisticados medios para planear y ejecutar sus macabros propósitos. El que piensa y decide puede encontrarse muy lejos del fanatizado ejecutor. Son siniestras redes sociales. Cuentan con financiación, formación y el aplauso entusiasta de los suyos. Sólo carecen de una cosa que les estorbaría para alcanzar su objetivo: empatía o escrúpulos morales. Se mueven entre nosotros intentando que vivamos asustados, amenazando nuestra tranquilidad y nuestra forma de vida.

Nuestros valores, forjados a lo largo de siglos, pueden estar en peligro si no reaccionamos unidos. El virus del odio causa estragos cuando se torna epidemia. Hablando de películas: es tiempo de valientes.