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En el año 2005 se estrenó la película «La Isla» protagonizada por Ewan McGregor y una guapísima Scarlett Johansson. La cinta está ambientada en el año 2019. El mundo ha sido devastado por un desastre ecológico y los únicos supervivientes residen en un moderno campo de concentración donde se vigila constantemente su estado de salud. Cada día se someten a análisis de sangre y orina. Se controla su alimentación y su ejercicio físico. Tienen prohibido mantener relaciones sexuales. Nunca pueden abandonar el recinto. Por esta razón, todos los supervivientes viven ilusionados con el mismo sueño: ser elegidos para viajar a La Isla. Cada cierto tiempo se hace un sorteo. Los agraciados abandonan el recinto para dirigirse a un lugar paradisíaco que, al parecer, no sufrió los efectos devastadores de la contaminación. Sin embargo, aquel mundo ideal se desmorona cuando Ewan McGregor descubre que todos los miembros de la comunidad son, en realidad, clones creados con la finalidad de donar sus órganos. En efecto, el campo es gestionado por una empresa que ofrece un seguro de vida a sus potenciales compradores a cambio de varios millones de dólares. Cuando el comprador padece una enfermedad o sufre un accidente, la empresa elige el clon para ir a La Isla. En realidad, su destino es fallecer en una mesa de operaciones, previa extracción de todos los órganos necesarios para la curación del comprador. Todos los miembros de la colonia viven, por tanto, engañados pensando que son supervivientes de un desastre ecológico cuando su existencia es fruto de la decisión de una persona adinerada que no tiene reparos en comprar un peculiar seguro de vida frente a la enfermedad, la discapacidad y la muerte.

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La película dirigida por Michael Bay vuelve a una idea recurrente en el campo de la ciencia ficción: la inmortalidad. En efecto, desde que murió el primero de nuestros antepasados, los seres humanos estamos buscando explicaciones al fenómeno de la muerte. Cuando tomamos conciencia de nuestra existencia –algo minúsculo en la historia universal, un pequeño átomo en el polvo espacial- nos invade el miedo y la angustia. Las religiones han intentado llenar este vacío con diversos argumentos como la vida eterna o la reencarnación. Sin embargo, el desarrollo espectacular de la ciencia y, especialmente, de la Medicina, está cambiando sustancialmente nuestra manera de enfrentarnos a la muerte. En efecto, los avances tecnológicos han redundado en un aumento espectacular de la esperanza de vida hasta el punto de haberse duplicado en apenas cuatro generaciones. Entre 1910 y 2009 los españoles viven, de media, el doble de tiempo. Por otro lado, los científicos llevan tiempo investigando sobre los procesos asociados al envejecimiento. Hace unos meses se publicó un revolucionario artículo en la revista «Natural Cell Biology» en el que se informaba de un experimento que había prolongado la vida de los ratones en un 65 por ciento. Los investigadores identificaron la molécula clave en la longevidad –DOT1L- cuya función es evitar que las células puedan «viajar hacia atrás en el tiempo». El equipo dirigido por el español Carlos López-Otín bloqueó esa proteína en ratones lo que facilitó la reprogramación de células viejas. El resultado fue sorprendente: la esperanza de vida de los ratones se multiplicó por dos. Si pudiéramos aplicar este procedimiento a los humanos, un español viviría de media 135 años lo que, desde luego, obligaría a reconfigurar nuestros planes habituales de vida. ¿Cuántos años dedicaríamos a la formación? ¿Y a trabajar? ¿A qué edad nos jubilaríamos? ¿Podría la Tierra atender las necesidades de una población cada vez más longeva?

La medicina del futuro revolucionará nuestra manera de comprendernos como especie. Uno de los cambios será la longevidad. Sin embargo, al igual que los compradores de seguros de vida de La Isla, seguiremos buscando el sueño de la inmortalidad. Esta atractiva idea debe ir acompañada de una reflexión ética. En efecto, las nuevas tecnologías -como señala el filósofo alemán Jürgen Habermas- están provocando una división entre «lo que somos» y «lo que nos damos». La naturaleza ha establecido unas reglas que, dentro de unos años, estaremos en condiciones de poder modificar e, incluso, controlar. ¿Cómo enfocaremos entonces nuestra vida? Quizá sea el momento de recordar las palabras de Steve Jobs: «Recordar que uno va a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que hay algo que perder. Ya se está indefenso. No hay razón alguna para no seguir los consejos del corazón».