TW

A veces me parece que somos una especie que está en un constante tira y afloja con la evolución. A ratos esprintamos hacia adelante como si no hubiese mañana, descubriendo cosas a mamporro, mientras que algunos momentos parece como si nos hubiésemos estancado en un bucle infinito. Es cierto que tecnológicamente somos unas fieras, o al menos nos lo creemos, nuestro teléfono es capaz de hacer mil cosas, hay microondas con los que puedes enviar emails, neveras que te avisan cuando la leche se acaba… Pero cada invierno un resfriado o dos nos fulmina sin que podamos hacer nada más allá que pasearnos por casa sin quitarnos el pijama de la cama al sofá y viceversa, maldiciendo nuestra dicha y siendo un amasijo de mocos y lamentos con voz de camionero. ¡Sniiiifff!

El resfriado es un clásico del invierno, como esa visita de aquel familiar o amigo que es más pesado que un plomo y no te puedes escapar. Somos tan listos que cada invierno creemos rozar la muerte en las fauces del resfriado y cuando salimos victoriosos, todavía agonizantes, proclamamos al cielo que jamás de los jamases volveremos a pillar otro. Y a veces no termina el frío y nos toca volver a la sopa, los frenadoles, los ungüentos apestosos para la nariz y demás. ¡Sniiiifff!

Noticias relacionadas

La conclusión a la que me lleva todo esto es que solamente arreglamos aquello que nos interesa. Cuando un aspecto nos molesta de una forma constante y cansina, nos proponemos solucionarlo cuanto antes, mientras que si la molestia es casual, anecdótica, vamos posponiendo su resolución priorizando en otros menesteres, convencidos de que ha sido un hecho puntual o, para seguir el ejemplo, flirtear con la muerte en el último catarro nos ha hecho invencibles e inmunes. ¡Sniiiifff!

Pero como aquel primo lejano, todo vuelve. Y mientras nuestros coches son capaces de aparcar sin nosotros, los bolígrafos tienen bluetooth, aterrizamos una sonda espacial en un meteorito en marcha, somos capaces de pagar un pastizal por un plato que lleva esencia de olvido o algo así, nadie ha sido capaz de frenar el ataque despiadado de los resfriados. Y aquí estoy yo, haciendo auténticas virguerías para escribir este artículo con la nariz tapada, el cuello más irritado que Pablo Iglesias en una convención de peluqueros y la cabeza dándome más vueltas que un manco remando solo. ¡Sniiiifff!