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Menudos lumbreros y lumbreras. Genios y genias huérfanos de lámparas, listos y listas de capirote, superdotados de la nada. Menuda colección de progres que nos ha tocado soportar a corto y largo plazo. Y encima chapuceros. Hablo de la estrambótica cabalgata de Madrid, tan mal organizada que logró, al menos, disimular el tema de si eran Reyes o Reinas. Lo que está claro es que no eran Magos aunque alguno tenía más pinta de camello que otra cosa.

Ahora que el tiempo de tunear al rey negro ya han pasado, me parece fantástico que las nuevas formas de hacer política se vengan arriba a raíz del espaldarazo electoral y se crean capaces de reescribir la historia, cambiar el mundo y curar la estupidez humana, aunque sea a base de prueba y ensayo. Pero les ha pasado como a otros, que el ego no entiende de colores políticos y se le sube hasta al que va de más progre. Pero en ese ánimo también deben saber separar cosas y cosas.

La cabalgata de la noche del 5 de enero no es una batalla política, no es un escenario en el que convencer al votante de que son muy buenos gestionando ni una reválida en audiencia pública. No. La cabalgata es una cita exclusiva para los niños y niñas, unas horas que sirven para alimentar la inocencia de aquellos que todavía no han descubierto por sus propios medios lo desgraciado que es el mundo. ¿Es una farsa? Puede... Si a alguno le entra tirria al llamarlo tradición –ojo, que lo es-, lo llamará de otro modo pero ante todo es una representación que sirve para que los más pequeños vivan una noche sin igual.

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Hay que ser muy mezquino y ruin para querer cargarse de un plumazo la ilusión de los millones de niños y niñas organizando una chirigota con el Mago Merlín, el rey de Burger King y el negro del Whatsapp, como los han bautizado socialmente. Sinceramente, me da envidia que los pequeños todavía puedan creer en algo así. Ya me gustaría a mí poder creer tan ciegamente en algo que me ilusionase tanto.

Porque ya les llegará el tiempo de ser unos amargados galopando en una vida que jamás soñaron, ya vendrán las decepciones cuando uno no pueda ser delantero del Madrid, astronauta, bombero... o simplemente tener un empleo mínimamente digno. Ya se encargará la vida de ponerlos en su lugar, de abrirles los ojos y de abofetearlos tan fuerte y tantas veces que les hará suspirar melancólicamente por volver a ser pequeños. Mientras tanto, ninguna persona debería jugar con su ilusión. Ni aunque seas la abuela molona y yeyé de España.

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