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Aviso: solo tangencialmente el contenido se refiere a Hipona, una ciudad situada al norte de África, en Argelia, donde, en el siglo IV, San Agustín fue obispo y antes pecador notorio. Luego fue notario estricto de las inmoralidades cristianas de aquel entonces… Lo cuenta en sus espléndidas memorias, que, con las de Jean-Jacques Rousseau, son consideradas las dos mejores autobiografías de la Historia…

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Ello es que, llegado yo a Menorca, hace cuarenta años, descubrí a un nativo que se llamaba Agustín, el primero que con este nombre conocía en mi vida, y que se dedicaba a la peluquería. San Agustín me había atraído tiempos atrás por su frase «ama y haz lo que quieras» y, más tarde, por otra : «Sé lo que es el tiempo salvo cuando me lo preguntan». Conocí a Agustín Pons, hombre amabilísimo y profesional muy competente, y desde entonces hasta la semana pasada, cuando nos despedirnos por su pase al retiro. Desde el principio, cuando llamaba yo para pedir la cita, preguntaba siempre por «Hipona», fuera él o alguno de sus empleados el que respondiera al teléfono, empleados cortados al mismo patrón de su jefe. En la peluquería, Olympic, he pasado momentos divertidos, tratando de saber por sus revistas, quién se acostaba con quién, si Belén estaba encinta o solo deprimida, cuántas de ellas acababan de abrir su corazón al duodécimo amor de su vida: ya se sabe que las revistas de peluquería deberían llamarse «revistas de la vagina»…

¡Agustín, que seas muy feliz en tu descanso; de San Agustín lo sabes casi todo… Un abrazo.