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Enero es un buen mes para hacer amigos paseando por las rutas del colesterol. Los turrones se clavaron directamente en el tejido adiposo y debajo de las ropas de invierno están los flotadores incorporados. La báscula tiene atemorizada a la mitad de la población y muchos estrenan la ropa deportiva que les trajeron los reyes después de pasar por Decathlon, a ver si algún directivo de la marca lee el artículo y me lo patrocina, cansadito estoy de hacer publicidad gratuita.

Parece que Menorca en general se mueve, no la Isla claro, sino sus habitantes. La gente monta en bicicleta, juega fútbol o baloncesto, hace vela o piragua, juega tenis o pádel, o sencillamente hace algo de senderismo y sale a pasear, y eso está bien para mantenerse en forma. Sin embargo el calendario no ayuda, cuando uno sale de las comilonas navideñas se encuentra con las torradas de sobrasada de San Antoni, después vamos de cabeza a los dulces de Semana Santa y a las tapitas y al cerveceo primaveral para entrar con buen cuerpo en las fiestas patronales. Entre tanto cae algún cumple, aniversario, comida con amigos, el que los tenga, compañeros de trabajo, el que los tenga, y actos sociales diferentes que nos alejan de la sociapatía pero nos acercan al sobrepeso.

Nuestro país tiene una gastronomía que tampoco ayuda, hablan mucho de la dieta mediterránea, pero es imposible decir que no a la paella de Valencia, a la fabada de Asturias, al cocido madrileño, al frito mallorquín, o a un buen perol menorquín, por citar cuatro ejemplos.

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Es obvio que vivimos en una sociedad de extremos, con decir que cuatro gatos mal contados tienen la misma pasta que la mitad de la población mundial queda dicho todo. El péndulo se desliza con facilidad de la obesidad mórbida a la anorexia y la bulimia, de los atracones sin final a las dietas mas locas para bajar peso y bajarlo ya, difícil encontrar el equilibrio. La frase más temida entre los que se someten a una dieta no es «pasar hambre», si no «efecto yo-yo», es decir sufrir y mucho durante meses para bajar unos kilos, y recuperarlos en pocas semanas y justo antes del verano, tremenda faena para la fuerza de voluntad.

Parece ser, queridos lectores, que los humanos estamos preparados genéticamente para las hambrunas, como la que ahora sufren en la ciudad de Madaya en Siria, a la que la prensa ha bautizado como la ciudad de los esqueletos andantes, por cierto, ahí sigue la inanición y el pasotismo de los gobiernos europeos, hasta que los cadáveres no atasquen los motores de los yates de lujo nadie va a mover un dedo, maldito gen egoísta y todo ese rollo.

Regresemos al opulento primer mundo, dicen los neurocientíficos que estudian esa nuez que tenemos entre oreja y oreja, que en cuanto nos metemos menos alimentos el cerebro pone nuestro cuerpo en modo ahorro y no suelta ni una caloría. Por eso el cerebro dificulta nuestra tarea a la hora de adelgazar, porque no distingue entre alguien que quiere perder peso y alguien que realmente está pasando hambre. Infalible no es la famosa materia gris, igual por eso va todo como va.

Que cada cual le meta, o le deje de meter, a su cuerpo lo que tenga a bien y que no se sienta culpable por ello, ya basta de que los gurús intenten guiar a todo el mundo, ahora bien, dejar de fustigarse, relajarse un poquito y sonreír más, seguro que ayuda a sentirse mejor. Aunque puede que el cerebro me este vacilando y lo que necesito es un buen guiso, o una buena colleja, a saber.