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Estás harto, ya, de escribir sobre lo mismo: política, educación… Así que hoy vas a divagar sobre lo que te salga de las narices, sobre el primer objeto que te llame la atención… ¡Jo! Has abierto la nevera y te has topado con un yogur y, ¡lógico!, te has fijado en él. Por tanto, hoy toca hablar de yogures… Pero, ¡ojo!, que la cosa es más seria de lo que aparenta. Y es que su vida –la de los yogures- es dramática. Vosotros, los humanos, y ellos compartís un hecho incontestable: tarde o temprano la vais a espichar. La diferencia radica en que vosotros no sabéis cuándo y ellos, sí. Claro está que su fecha de caducidad figura en la tapa, que equivaldría, más o menos, a vuestra calvicie y, por tanto, les resulta difícil vérsela. Pero siempre hay ese compañero malintencionado que, situado en una hilera adjunta y superior del 'súper', puede leerla y espetarle a su colega: «¡Oye, tú, sí, tú, el yogur de fresa, que la palmas mañana!». Y es que de malnacidos los hay en todas partes. Consecuentemente, al yogur de fresa le coge un tembleque e irrumpe a llorar. Por eso los yogures jamás son sólidos y ese líquido acuoso que nada voluptuoso sobre la crema no es sino llanto. «¿Qué dirán en la esquela?» –se pregunta el desgraciado-.

«Yogur de fresa. E.P.D. Murió ayer noche a la edad de cuatro meses. Su esposa Macedonia y su hijo petitsuis; sus padres, los Donuts y su tía la Cuajada, ruegan una oración por su alma. El velatorio tendrá lugar en la sección de congelados».

Aunque a los humanos os convendría saber vuestra fecha de caducidad. De esa guisa no resultaríais tan mal paridos, cayendo en la cuenta de que al hoyo no se acude con maleta. Eso probablemente os convertiría en seres más solidarios...

Pero volvamos al yogur. También existen clases sociales en su especie: el Bifidus es, sin duda, el rey, seguido del Activia que, por ende, resulta de lo más ecologista. Luego existen –como en la vida misma- los maltratados, esos a los que les han metido de todo, privándoles de su propia identidad: yogures con sabores exóticos, con mango, con tres no sé qué, con pasas y ciruelas, con frutitas del bosque, con… Esos son inequívoca expresión de la globalización y los que suelen recitar, en la soledad del 'hiper', el incombustible «ser o no ser» shakespeariano.

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Pero, para maltratado, maltratado, el yogur natural. Ese es el proletario de la familia, el que no ha llegado a nada, el que no tiene pedigree, el que nadie compra, por no hablar del yogur natural de marca blanca de Mercadona, que ese ya… Ese, ese, seguro que vota a Podemos...

- ¿Cómo dice? ¿Que a quién vota el Bífidus? Al PP, of course y el yogur de naranja a Ciudadanos… Y el de macedonia, por lo de la formación del nuevo gobierno, al PSOE…

¿Y quién se interesa por ese yogur que está a punto de espicharla, eh? ¿Acude acaso el 061 en su ayuda cuando se está descomponiendo? ¡No! ¿Y el doctor Antoni Gómez Arbona? ¡No! ¿Hay alguna ONG que vele por él? ¡No! Ni tan siquiera una triste Change.org… Y, para colmo de males, muchos se mutan en «The walking dead», pues la gente los engulle una vez muertos, en una evidente falta de respeto… Aunque, a la postre, de muertos vivientes tenéis mogollón entre vuestra clase política...

- ¡No empieces!

Ya ven. ¿Quién quiere ser yogur? Nadie. Pero, como a lo largo de este artículo –o lo que sea ya esto- te has ido encariñando con ellos, has decidido indultar al de tu nevera. Estamos ahora juntitos, en el sofá, acurrucados, como dos buenos compadres, viendo, tan a gustito, la televisión, pero evitando, eso sí, los anuncios de yogures y los programas de cocina. Y, ¡natural!, los de índole política, porque, aunque algunos yogures os engañan (los de no sé qué flujo intestinal, por ejemplo, no arreglan lo de tu gastritis crónica), lo hacen de buena fe, a diferencia de los políticos. Además, los yogures corruptos duran dos telediarios y los otros, pues eso, que van a ser eternos…