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Me acuerdo ahora de las cosas que no debería hacer, según me enseñaron en la infancia. Sin embargo, el refrán dice no temas a truenos ni a ratones, ni brujas ni supersticiones. Coartados por supercherías de toda índole, a menudo dejamos de conseguir metas importantes en nuestras vidas. Recuerdo que mi madre me decía que la naranja es oro por la mañana, al mediodía plata y por la noche mata. Y aun hoy evito comer naranjas a la hora de la cena. Sin embargo alguna que otra vez que la sed me ha hecho olvidar esa prevención y me he bebido varias naranjas exprimidas, al día siguiente me he levantado tan campante. Lo mismo decían de la sandía, que era muy nerviosa por la noche, y en efecto, un amigo mío tenía tanta sed que una tarde de verano se comió una sandía entera, gorda como el mundo, y luego se pasó la noche yendo y viniendo del lavabo. Otra cosa que solían decirme era que no comiera mucha miel, porque se me iba a calentar el estómago. La verdad es que no se me ha calentado nunca, pero no sé cuánta miel es necesaria para que esto suceda. Recuerdo que mis primos tenían una colmena en el patio, y que exprimíamos los panales por el sencillo método de masticarlos hasta dejarlos en un pegote de cera apelmazada que había que escupir, y lo cierto es que pocas veces he probado cosas mejores. Miel y ambrosía era la comida de los dioses. Otra advertencia que me hacían era no beber la leche demasiado deprisa, porque de otro modo se me iban a anudar las vísceras: Se't nuaran es budells! Visto desde la perspectiva actual, me parece bastante difícil que las vísceras lleguen a anudársenos dentro del abdomen. Pero la leche es ahora mismo una de las cosas poco aconsejadas por los dietistas a la hora de prevenir el cáncer, igual que el azúcar o las carnes rojas, y no sé hasta qué punto tendrá todo eso fundamento.

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Otras advertencias más pintorescas se me antojan poco menos que gratuitas, como lo que me dijo mi madre cuando murió mi abuela, que era muy malo colocarse a los pies del lecho de un muerto. O lo que decía mi tío Joan cuando rompíamos un espejo, que íbamos a tener tantísima mala suerte. También aseguraban que si dejábamos las tijeras abiertas íbamos a pelearnos con alguien. Nos aconsejaban no pasar por debajo de una escalera de mano cuando los albañiles pintaban una fachada, y nos decían cosas tan absurdas como que no bebiéramos agua cuando teníamos la gripe, y sin embargo ahora mismo lo que aconsejan es precisamente todo lo contrario.