En su pesadilla, juega al parchís. El ambiente es sórdido. Como suele serlo en los sueños donde lo vivido y lo temido se mezclan de manera irracional… Los jugadores se muestran orgullosos y prepotentes, los primeros; sumisos y obedientes, los segundos. Huele a carne putrefacta. El hedor juguetea por entre las sillas, recorre los oscuros recovecos de la estancia y, finalmente, corretea por entre las fichas. Lo curioso es que nadie sabe, a ciencia cierta, quién tira los dados, esos que invariablemente favorecen a unos y perjudican a otros. En ese extraño azar, los sumisos solo obtienen cifras bajas, mientras los orgullosos alcanzan las caras más amables de esos seres juguetones que son lanzados sobre el tablero maltrecho. Los obedientes esperan al cinco para empezar con su andadura. Los prepotentes inauguran la partida sin requisito inicial alguno. En su sueño, piensa que, a la postre, tampoco es lo mismo haber nacido en Europa que en Etiopía. Que nadie comienza a vivir con igualdad de posibilidades, de probabilidades… Los nacidos en el viejo continente ocuparán con facilidad pupitres, comedores y dormitorios con techo. Los paridos en el Tercer Mundo difícilmente accederán a su dignidad, sajada. Los europeos sacan un seis… Los tercermundistas, a lo sumo, un uno… Pero –y esa pregunta se la va iterando hasta la saciedad el soñador-, ¿quién lanza los dados? ¿Quién los truca?
Contigo mismo
Cuando seis es uno
29/03/16 0:00
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