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Ciutadella era en 1956 una población tan vitalista como solo pueden serlo aquellas extremadamente industriales. La razón es muy simple: se genera riqueza, y ésta a su vez, animación y optimismo. La hiperactividad en las fábricas o en las calles era la norma imperante, única, en la eufórica sociedad local. Seguramente los ciudadelanos somos ahora tan felices como antaño, pero esta complacencia no se retenía en las entrañas, sino que se expandía frenéticamente, por el éter, extramuros de la población. Bien es cierto que, por entonces, el mundo transitaba por una época en la que el coste de los sueños era bajo y se podía fácilmente fantasear. En este entorno, pues, mágico, entusiasta, nació sesenta años atrás el Atlético de Ciutadella.

La expectación que generó su aparición fue por varias razones sonada. Implicaba por una parte el doliente óbito de los dos clubes decanos locales, el Ciudadela y el Minerva, representantes de las dos fracciones sociales, diversas, contrapuestas, existentes en toda comunidad, y por otra simbolizaba la unión, los nuevos tiempos, la modernidad. Conformar un equipo capaz de competir con las hordas mallorquinas -pues se trataba de establecerse adecuadamente en la recién estrenada Tercera división Balear-, era el motivo de una fusión a todas luces, al menos terrenalmente, antinatural. La mayoría de personas adultas, enraizadas en uno o en otro club, estaban quejumbrosas con la unión, pero los jóvenes lo observábamos a través de la óptica de la racionalidad y de la ilusión.

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La población, en fin, permanecía sumida en dilemas atronadores. La selección natural de los mejores jugadores de ambos equipos o la deliberación de los colores que debían cromar la vestimenta son dos ejemplos de las diferentes peloteras que manteníamos los ciudadelanos, todos, invariablemente, de uno o de otro bando, hinchas o simpatizantes. Pero como suele acontecer de ordinario, la tirantez fue remitiendo y con el acceso a la presidencia de don Ignasi Saura Sintes las dos fracciones nos congraciamos, alineándonos, apiñándonos, con el nuevo equipo.

Se conformó una plantilla sin precedentes. ¡Se contrataban jugadores de la península! ¡Profesionales! Ahora se fichaba a un catalán, después a un vasco, a renglón seguido a un valenciano. Los entrenamientos del campo de San Nicolás eran un hervidero, bullía de gente. Se miraba con una lupa a los mercenarios futbolistas para entrever si efectivamente eran mejores que los nuestros. Entre las muchas primicias de la época recuerdo que se despedregó el terreno de juego, originando una alfombra de tierra; se construyó un trecho de tribuna, al estilo de los estadios que entreveíamos por el no-do, pues la televisión estaba todavía en un período embrionario; la radio se desplazaba hasta la isla mayor y el legendario sr. Forcada transmitía vehementemente las tramas del partido que escuchábamos alguna que otra vez con nerviosismo en la plaza del Borne, todos juntos, aunados...
En esta atmósfera entusiasta nació el Atlético Ciutadella sesenta años atrás.  ¡Felicidades¡

florenciohdez@hotmail.com