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Un grupo de blogueros pasea por Menorca para conocer sus rincones y  luego contarlo. ¿Dónde? En la blogosfera, en ese ancho y vasto universo de internet, en las redes sociales, donde un inocente 'me gusta' conduce a la fama, la promoción, la publicidad  -porque de otro modo no se sostiene el negocio, aunque dicen que también hay fábricas lúgubres donde gentes mal pagadas con perfiles falsos le dan a la tecla-. El mismo sitio en el que algunos se desatan sin medir las consecuencias. Tenemos aquí ejemplos, el de Carlos Pons el último, e incluso la fuerza política que lo acogió en sus listas reflexiona ahora sobre las nuevas tecnologías y la poca conciencia existente sobre la repercusión pública de lo que se escribe en facebook.

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¡Ay! cómo se añoran a veces los tiempos en los que todos nos guardábamos un poquito más nuestros pensamientos, y dejábamos las ocurrencias para la barra del bar y las tertulias en familia. Hace unos años, no tantos, los blogueros eran periodistas que regresaban a su redacción con su mochila cargada de apuntes y experiencias, procesaban la información y escribían sus reportajes del viaje a la Isla.

El trabajo era más reflexivo, ahora la inmediatez es un torbellino que nos devora, si un periódico de ayer es viejo, un tuit de hace media hora es obsolescencia pura, viva la comida rápida. Además, aunque la borres, la frase que parecía ingeniosa y que ahora resulta ser una bobada mayúscula ya está registrada por alguién, y se ha liado. Me cansa esta saturación, no quiero ver a Rita Barberá con la boca abierta dormida en su asiento del avión, como tuiteó recientemente un alto cargo del Govern; ni la cintura de fulanita de tal, que es tan delgada que la puede tapar un folio; ni al vecino que nunca me saluda pero acepté en el 'face' desparramando frases de autoayuda. Me rindo, quiero una tregua.