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Me acuerdo de aquella ocurrencia de Montoro, don Cristóbal, que tanto benefició a defraudadores que tenían sus euros esparramados por los paraísos fiscales. La idea quería que aquellos se decidieran traer sus caudales a España a cambio de aforar una miserable cantidad a las arcas de la Hacienda pública, dio unos menguados resultados porque Montoro desconoce cómo actúa el alma del defraudador que a la condición de no cotizar, va unida otra razón que para según qué patriotas es tanto o más exigente que el hecho de no soltar ni un céntimo. Por ejemplo cuando se palpan y no se encuentran la camisa porque se les cruza por sus entendederas la posibilidad de que aquí también un día el gobierno de turno le dé por montar un corralito como ya pasó en Argentina (quién se lo iba a decir a los argentinos) o en Grecia. Y además piensan que no es torpe la decisión de no tener todos los huevos en la misma cesta porque si se escachufla la cesta, que no nos coja la catástrofe con los pantalones por poner. A eso, otros menos retóricos, le llaman saber nadar y guardar la ropa. Lo malo de esa ingeniería financiera de Montoro no paraba, solamente en el agravio comparativo de aquellos a los que la presión fiscal les asfixiaba pagando una verdadera burrada por el mismo dinero que los infractores de los paraísos fiscales, gracias a Montoro, pagaron una miseria. Lo peor fue que no teniendo que justificar la procedencia de aquellos capitales se estaba legalmente blanqueando dinero, en algunos casos más negro que los cataplines de un grillo, lo que en sí mismo, si no me equivoco, es un fraude o delito contemplado en nuestro ordenamiento jurídico. Estos defraudadores (los que los sean, porque algunos dice Montoro que pagaron sus impuesto) son en su mayoría gentes bien estantes, a los que la crisis que trajo penurias cuando no miserias, ni les ha rozado, algunos incluso han aprendido lo que una crisis económica siempre enseña, que suele ser poner sus millones a buen recaudo. Tengo prisa en decir que al rebufo de los paraísos fiscales, ubicados algunos en los lugares más recónditos alejados de sus clientes naturales, también acude en masa la golfería del dinero fácil, los que trafican suministrando todo tipo de droga, los que manejan otro tipo de tráfico cual es la información sensible que enriquece a quienes pagan fortunas por ella. Son aquellos por ejemplo que compran unos terrenos que no valen nada donde ni las cabras encuentran qué llevarse a la boca, pero quienes saben lo que va a pasar les dan el soplo al constructor, que rápidamente compra a precio de ganga lo que luego generará una plus valía millonaria porque dentro de un año aquel terreno va a ser urbanizable. En esa amalgama de la gente que hace depósitos millonarios en paraísos fiscales, hay gente de todo pelaje. Los más son simplemente aquellos que han aprovechado las oportunidades que se les han puesto al alcance de su desmedida codicia, bordeando quizá la barda de la legalidad pero sin sobrepasarla menos en un pequeño detalle: para ellos hacienda no somos todos.

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No digan ustedes que no es llamativa la lista de quienes aparecen en los papeles de Panamá (el otro día por no sé qué emisora alguien cantaba: «soy el más listo de la maná, tengo el dinero en Panamá»). Gente respetable, patriotas de los que arriman el hombro al sostenimiento de las necesidades comunes de su país, tan cierto como que no hay entre ellos un solo mileurista. Pido disculpas porque esto va a ser que me he levantado hoy atacado por la fiebre de la ironía. La única manera que se me ocurre para no liarme la manta a la cabeza y mandar a este mundo ingrato a tomar por retambufa.