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Llevo toda la semana partido de risa con los candidatos. Y es que me vengo comiendo podcasts de entrevistas en la radio y en la tele, espacios gratuitos de publicidad electoral etc (mi psicoterapeuta opina que estoy del queso, pero yo sostengo que la risa es sanadora).

Para quien pasa de estas cosas les diré que los amados líderes están que se salen con el numerito 'papagayo creativo', que consiste en repetir sus monólogos, pero poniendo el adjetivo delante del sustantivo y otras variaciones por el estilo que -sin desvirtuar las promesas que todos sabemos que planean incumplir a rajatabla -den la sensación de que aprendieron algo de lo sucedido hace seis meses.

Pero no es de esta basura de la quería hablarles, sino de la que me han encolomado a escasos tres metros del aura de quienes tienen la amabilidad (y el acierto, añadiría yo, si no fuera esto completamente inadecuado por arrogante) de acudir a mi restaurante en el puerto de Mahón. Como es perfectamente comprensible vivo irritado desde que colocaron los contenedores, y la irritación es más perniciosa para la salud que la verborrea del más entrenado candidato a presidente.

Pero ni en mis mayores momentos de desasosiego, dejo de comprender que mi problema no es exclusivo. Otros restauradores han visto adornadas las inmediaciones de sus terrazas con los (puñeteros) contenedores, que a pesar de estar forrados de madera, aportan poco glamour a nuestro carismático puerto.

Ahora bien, si no estoy proponiendo que mi marrón se lo adjudiquen a otro, ¿Qué propongo?

Se lo explicaré: Hay otras soluciones para batallar con las inmundicias orgánicas (no va con segundas), aunque no espero que ni el Ayuntamiento ni Autoritat Portuària (tras intentar contar mi problema en Sanidad, ésta se abstiene y me remite amablemente al tándem Ayuntamiento/AP, quienes ni saben ni contestan) encuentren una solución creativa; al fin y al cabo se encuentran muy atareados en su función captadora de tributos como para prestar atención a un pringado (el tamaño -del negocio- importa).

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Afortunadamente dos amigos míos, que no recaudan, Roser Roman, arquitecta, y el mochilero y Honorable Don José Barber Allés, (este señor, que es miembro de la Comissió de Greuges puede llevar ese título de Honorable con infinitamente mayor propiedad que aquel otro soprano catalán algo cleptómano que lo lucía indignamente); afortunadamente, digo, estos dos amigos si han tenido tiempo de pensar en este engorroso asunto de los desperdicios.

Roser, con quien no puedo estar más de acuerdo, se pregunta en su artículo «Ciudad contenedor/¿ciudad sostenible?»: «¿Cómo encaja en todo esto- se refiere a que Menorca es Reserva de la Biosfera etc- la proliferación de contenedores llenos de basura a todas las horas del día y de la noche, en nuestras calles, en los puertos deportivos, en los paseos marítimos, en las playas, en los caminos? En definitiva, Roser sostiene que escondido detrás de la etiqueta 'ecológico' se esconde el cutrerío y la porquería en perpetua exposición.

José Barber me ilustra sobre la solución encontrada al respecto en la ciudad de Oviedo: a cierta hora convenida por las partes pasa un camión descargando contenedores de basura en los sitios pactados. Dos horas más tarde vuelve el camión y retira los contenedores y la basura. Consecuencia: la ciudad aparece solamente durante dos horas mancillada con inmundicias. Las otras 22 horas luce limpia como la patena.

¿Qué impide que esta brillante solución se implemente en Mahón?

Según mi humilde criterio hay dos obstáculos.

Obstáculo 1- Esta solución supongo que sale algo más cara que mantener las 24 horas lleno el municipio de cacas. Pero tampoco debe salir barato tener seis o más coches de Autoritat Portuària (suelo ver cinco aparcados, imagino que algún otro andará apatrullando los conflictivos tres quilómetros de agua que tiene nuestro puerto); lo que es necesario es necesario. Los beneficios en cuanto a imagen del puerto amortizarían sin duda la inversión en limpieza, sanidad y estética.

Obstáculo 2- Para poner en marcha esta iniciativa, más de uno debería sacar el culo de su asiento y hacer unas cuantas gestiones. Y esto ya es otro cantar, y bastante más peliagudo.