TW

Hace 15 años, otro 11 de septiembre, 19 terroristas suicidas realizaron un ataque coordinado y devastador contra la primera potencia económica y militar del planeta. Estrellaron aviones comerciales en el World Trade Center, el Pentágono, lo intentaron en el Capitolio... objetivos simbólicos y estratégicos que representaban a los EEUU. La acción y sus terribles consecuencias fueron televisadas a todo el mundo en directo, consiguiendo así sus fines propagandísticos. Conocimos los nombres de Al Qaeda y Osama Bin Laden. Era una declaración de guerra y ya nada sería igual.

Las consecuencias o secuelas de aquellos hechos han tenido efectos duraderos, irreversibles y muy difíciles de evaluar con tan poca perspectiva histórica. Una ola de devastación ha sacudido países y han perdido la vida miles y miles de personas. Pero la cosa todavía no ha terminado.

Noticias relacionadas

Cuando la seguridad y la vida se sienten amenazadas, la libertad o la intimidad sufren las penosas consecuencias. La época paranoica se ha instalado entre nosotros para quedarse. Se han sucedido atentados terroristas en Madrid, París, Bruselas, Niza… cualquiera puede causar el máximo daño con muy pocos medios. La única condición es inmolarse para conseguirlo.

Todo cambió aquel 11 de septiembre de 2001. Lo que nos parece imposible ocurre a veces. Ya teníamos aquí un refrán contra la incredulidad ante un improbable suceso futuro: «Torres más altas han caído».