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Tiziana Cantone, una joven italiana, es la última víctima del escarnio público, de la mofa y de una espiral de vergüenza imparable en internet que acabó recientemente con su suicidio. Se ahorcó tras meses intentando que unos videos sexuales subidos a la red -al parecer por un presunto exnovio-, fueran frenados, y con ellos, la chanza cibernética y el linchamiento de todos los miserables que se escudan en el anonimato para insultar y destruir. Inició una batalla legal pero fracasó, su pecado más que cualquier otro, fue la imprudencia, y el precio pagado demasiado alto, porque ahora cualquier fallo, si se expone, nos conduce a la hoguera, y las mujeres -junto con los niños y adolescentes que sufren acoso escolar-, parece que somos las víctimas más fáciles.

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Conviene recordar el nombre de Tiziana, porque ahora Italia se conmociona pero muchos contribuirían sin darle más importancia a esa ciberinquisición, compartiendo en móviles y ordenadores los fotomontajes, videos, chistes y gracietas que se convirtieron en su soga, sin sentir empatía o lástima, haciendo viral su humillación.

La masa de internet se ha convertido en juez y solo con darle al ratón, sin mancharse las manos ni dar la cara, tras un pseudónimo, puede arruinar la vida a cualquiera. La policía lucha contra ello pero la web es muchas veces insondable e imparable, lo que se detiene vuelve a surgir en cualquier lugar del planeta. Estamos ante una situación de indefensión. Nos protegemos de ladrones cerrando puertas y ventanas pero abrimos a veces sin saberlo nuestra intimidad a través de un ordenador. Muchos son los que se quejan cuando un comentario no se publica de inmediato en un diario digital pero creo que moderar, no censurar, el insulto fácil, irresponsable y sin firma es un deber de los medios.