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Cae el otoño a plomo en la Isla aunque las cálidas temperaturas hayan camuflado, por ahora, la estación de la melancolía por excelencia. Pero está aquí. ¡Vaya si lo está!, con todo lo que supone para los menorquines residentes.

Se percibe sin disimulo no solo porque el día se acorta sino porque desaparece el flujo de turistas que han coloreado y saturado, en ocasiones, el ambiente estival en la geografía insular. De repente perdemos, como siempre, la mayoría de conexiones aéreas más allá de nuestro perímetro menguando todavía más nuestra capacidad de movimiento con vuelos limitados y caros para las economías domésticas. Hasta resulta más económico volar a Madrid con escala en Palma que hacerlo directamente desde la Isla.

Sin embargo, donde más se aprecia la estación otoñal es en la marcha de la generación perdida, esa comprendida entre los 18 y los 25 años formada por cientos y cientos de jóvenes que abandonan la Isla para cursar estudios universitarios o a la caza de un primer empleo.

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Ese éxodo forzado por las circunstancias, que en muchos de los casos supone un viaje sin retorno porque los que se marchan no volverán ante la ausencia de alternativas laborales, formativas o de ocio, está convirtiendo a Menorca en un territorio poblado por niños, adolescentes y personas de edad cada vez más avanzada. Antiguamente la mayoría de jóvenes volvían a su Isla al acabar la carrera. Hoy ya no es así.

La juventud se marcha, ya no encuentra lo que necesita en un Isla extraordinaria para disfrutar de unas vacaciones, volcada hacia el turismo, pero cortísima en ofertas de trabajo para aquellos universitarios con aspiraciones de abrirse camino en la rama que hayan elegido.

La población menorquina envejece y su recambio profesional escasea.