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El papa Francisco me ha hecho recordar un refrán que dice: «El infierno está lleno de buenas intenciones y el cielo de buenas obras». Y es que el papa ha declarado recientemente que «al igual que la fábula de Adán y Eva, vemos el infierno como un recurso literario». Y ha explicado que la Iglesia ya no cree en un infierno literal, donde la gente sufre, porque eso es incompatible con el amor infinito de Dios. Dios no es un juez, sino un amigo de la humanidad. Todas las religiones son verdaderas, porque son verdad para quienes creen en ellas. En el pasado la Iglesia ha sido muy dura con los que consideró inmorales o pecaminosos, pero hoy es lo suficientemente grande para albergar heterosexuales y homosexuales, conservadores, liberales y comunistas. Ha llegado la hora de abandonar la intolerancia. Incluso los ateos reconocen a Dios en sus actos de amor y de caridad. En suma, que el refranero también dice que rectificar es de sabios, y que donde dije digo, digo Diego.

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Este papa dice grandes verdades. Dice que todas las religiones son verdaderas, supongo que porque responden al anhelo del hombre de buscar respuesta a las grandes incógnitas de su procedencia y su destino, o porque no se conforma con morir en esta vida y no continuar viviendo en otra. Además de que las religiones nos ofrecen un código de conducta moral para poder convivir los unos con los otros. Este papa es realmente sabio cuando asegura que en la Iglesia actual tienen cabida todas las tendencias sexuales y políticas, porque todos somos humanos y como tales sentimos la ya apuntada incertidumbre de nuestro origen y destino. Este papa es tan inteligente que sabe que hasta los ateos, los que no tienen Dios, los que creen que mueren y ya está, que regresan al lugar de donde salieron, del que nadie guarda ningún recuerdo, incluso esos reconocen a Dios en su conducta honesta de cada día. O deshonesta. Lo malo es que no siempre triunfa la justicia, y para estos casos debió de urdirse la metáfora literaria del premio o castigo en el más allá.

Me estremece pensar en los años que han tenido que pasar para que un hombre sabio rectifique. ¿Dónde quedan las matanzas, las guerras de religión, las persecuciones y torturas? Incluso tormentos invisibles, como los niños de siete años a los que nos predicaban que en el infierno no recibiríamos ni la más mínima gotita de agua, ni siquiera de nuestras madres en el cielo, y que íbamos a consumirnos en el fuego por los siglos de los siglos.