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Me he enterado de que después de muchos meses de orfandad por fin tenemos gobierno. Lo primero que se me ocurre es lo que me dijo un camarero en un conocido restaurante: «Hemos estado un año sin gobierno y todo ha seguido su curso normal, lo que indica que tampoco nos hacen tanta falta los políticos». Claro que entre no tener gobierno y tener dos cámaras atiborradas de diputados y senadores hay cierta diferencia. No hay otro país donde haya tanto político como en el nuestro. Me he enterado, también, de que el nombramiento del presidente ha llegado después del descalabro del partido socialista, y que al día siguiente hemos celebrado la fiesta de Todos los Santos y después el Día de los Muertos. Parece una triste casualidad. Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido ver las gradas del Congreso casi vacías mientras hablaban los representantes vascos, los catalanes y los del Grupo Mixto. Me ha llamado tanto la atención que incluso he escrito una nota que decía: «¿Dónde se meten los diputados mientras hablan los grupos minoritarios?».

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Debo confesar que ignoro el reglamento del Congreso. A lo mejor resulta que tienen permiso para marcharse en ocasiones como esta. Puede que les permitan tomarse un café en la cafetería, ir al lavabo, llamar a casa para cerciorarse de que aún no se ha quemado, besuquearse con la enamorada o buscar abrigo en los compasivos brazos de la amante. Esto explicaría el vacío de las gradas. Dirán que resulta tedioso aguantar a palo seco todos los discursos y disputas, que a veces son de lo más peregrino o variopinto, pero recuerdo que cuando yo era profesor, después de jornadas laborales a menudo conflictivas, teníamos obligación de acudir a los claustros, donde siempre hablaban los mismos, que no solían ser nunca los que más sabían hablar precisamente, y las discusiones se hacían a menudo eternas, por lo insulsas. No sé si en el Congreso se pasa lista y en la próxima sesión se da cuenta de los asistentes y los ausentes, como se hace en los institutos, pero no estaría de más porque tengo entendido que estas personas cobran, como es de derecho, para ejercer su profesión de políticos (no sé si a las mujeres se les dice "políticas" ni si al empezar los discursos dicen lo que decía el director de mi instituto, «todos» y «todas»). Debo aclarar que aunque digo «mi instituto» no era mío, nunca lo fue, y me da en la nariz que si digo «mi gobierno» tampoco será mío, ni tampoco de ustedes; en todo caso será «muy suyo».