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El pueblo norteamericano en el fondo no es muy distinto al resto de comunidades que poblaron y pueblan nuestro enternecedor planeta.

Tal como le salió el tiro por la culata en su día a Poncio Pilatos cuando intentó salvar al nazareno proponiéndole a la plebe que eligiera entre indultar a Jesús o a un execrable bandido (quizás recuerden cómo en aquella memorable ocasión -si hemos de dar crédito a las escrituras, o en su defecto a «La vida de Brian»- el populacho coreó entusiasta el nombre de Barrabás), así les ha salido el tiro por la culata ahora a los amos del inabarcable cortijo que habitamos cuando han permitido que el Barrabás de turno se colocara en la casilla de salida de la carrera presidencial, con la esperanza de que la peña prefiriera apoyar a la veterana trapichera Hillary, antes que permitir que un prepotente, grosero y peligroso mandríl se hiciera con el puesto de capataz.

El vulgo sin embargo ha preferido de nuevo a Barrabás.

A pesar de ello no es seguro que este fiasco inquiete demasiado a los patronos*. Aunque es más que posible que Trump monte próximamente pollos que no estaban en el guión, intuyo que los que mueven los hilos de esta función de marionetas en que consiste la política (tanto nacional como internacional) sabrán encauzar la situación haciendo propuestas que el nuevo líder no podrá rechazar, o en su defecto sabrán sacar partido a los daños colaterales de las cagadas que organice el pavo de flequillo anaranjado: Si monta guerras, se venderán más armas; si deshace los tibios avances de la sanidad pública que empezó Obama algo aprovecharán los seguros privados; si mosquea a los chinos se reforzarán los presupuestos en defensa e inteligencia (donde hay déficit en expansión hay prestamistas que sacan tajada) etc, etc.

Incluso es posible que el triunfo de Trump entrara ya en los cálculos de los dueños del cortijo (o incluso que haya sido patrocinado por ellos).

Hay veces que eligen a un papanatas como mayoral para que sea su segundo de a bordo (un vicepresidente, un jefe de gabinete, qué se yo!) quien se ocupe de conducir los asuntos de manera conveniente sin que el simplón que más sale en las fotos genere problemas innecesarios. Al final se le premia con un sillón en el consejo de administración de una empresa solvente y se evita así que el la irrelevancia post cargo anime al ex capataz a filtrar turbias cosillas que a pesar de sus escasas luces haya podido vislumbrar durante su «mandato».

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Pero otras veces se facilita el puesto de encargado directamente a un tío listo que comprenda desde el principio su cometido.

Tampoco se descarta en ocasiones permitir que acceda al cargo algún Tancredo que, entendiendo la situación, no esté interesado en mover el tapete mientras que el pachorra no tenga que mudarse de palacio o emprender agotadoras gestas.

Los designios de los amos son inescrutables. Lo único claro es que si llegan a beneficiarnos en algo será por pura coincidencia, un bien colateral de sus intereses.

No acierto a imaginar qué nos depararán los movimientos del nuevo inquilino de La Casa Blanca, pero apostaría a que los capataces de los ranchos de este lado del Atlántico estarán atentos a los memorandos que envíe la casa matriz, y no dudo que nos harán saber, no ya las condiciones de nuestro nuevo contrato como peones (que esto habrá de disimularse mientras se pueda), sino un corpus de consignas que repetirán incansables con la esperanza de que las interioricemos debida y sumisamente.


*Ignoro quienes son los amos del percal, pero intuyo dos cosas sobre ellos:

1.- Ni la banca, ni las farmaceúticas, ni las empresas de armamento, ni las petroleras les son del todo ajenas.

2.- Su soberanía sobre las naciones no es nueva; la han venido heredando desde hace generaciones. Mi temor radica en que la endogamia practicada por la estirpe propicie que los herederos no incorporen de serie la inteligencia de sus brillantes ancestros, se les acabe yendo la cosa de la mano y terminen por jodernos de una manera irreversible por pura imprevisión de las consecuencias de su (esta vez exitosamente transmitida) avidez.