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Todo se puede corromper. Y una vez corrompido se puede corromper aún más. Hasta el brazo de Santa Teresa, o para ser más exactos la mano izquierda, en otros tiempos considerado incorrupto, acabó pudriéndose, mal que les pese a los necesitados de milagros, hechizos, o cualquier tipo de magia balsámica de espíritus. Por cierto eso de crear reliquias a base de miembros descuartizados de un cadáver, da un poquito de grima grimosa. Algunos se lo tenían que hacer mirar, porque estando ya entradito el siglo XXI, suena muy raro adorar, y rendir culto, a restos humanos de hace cientos de años. Claro que en un país donde el ministro de Interior le pedía ayuda a un ángel para aparcar, mientras repartía estopa sin miramientos, cualquier cosa puede pasar.

A lo que íbamos, todo se puede corromper. Alguien escribió, mi memoria de pez hace que no recuerde ni el cuándo ni el donde lo leí, que en tiempos violentos los buenos hombres son los primeros en morir, y es una verdad como un templo. En tiempos de paz y de una cierta bonanza económica es relativamente fácil ser buena persona. Cuando la brecha entre los seres humanos no es abismal, todos podemos presumir de ejercer la solidaridad, el buenrrollismo, la empatía y todas esas virtudes que nos deberían definir como humanos. Pero ¡ay amigo!, cuando las cosas se tuercen, puede salir de cada uno de nosotros la bestia parda que llevamos dentro.

En las guerras civiles los vecinos, que durante años convivieron de forma pacífica, acaban matándose entre ellos. El que parecía un amable panadero se acaba convirtiendo en un Mengele cualquiera, capaz de infligir el mismo dolor que el sádico doctor nazi. No nos engañemos, no todos los malos malísimos son psicópatas, de hecho el número de psicópatas es muy pequeño. No nos sigamos engañando, los buenos solo ganan en las películas, y no en todas. Aunque duela reconocerlo Darth Vader tenía razón, el lado oscuro es mucho más poderoso que el camino del Jedi.

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Cuando la supervivencia esté en juego sacaremos puños, codos y dientes, y pisaremos a quien haga falta para alargar nuestra vida unos minutos más. Ya no habrá más por favor, ni más perdones, solo la ley del más fuerte, del más salvaje. Lorenzo Falcó, el protagonista de la última novela de Perez-Reverte, divide a la humanidad en dos bandos, él y el resto, ya se sabe, o comes o eres comido. Así lo ven también los guionista de la serie Walking Dead, donde en un mundo apocalíptico sin reglas, o matas o mueres. Los personajes de esta serie que no evolucionan hasta convertirse en guerreros implacables van cayendo como chinches.

En la última década el planeta ha tomado un rumbo muy, muy chungo. Vale que el plan estaba diseñado desde mucho antes, pero es en este último periodo cuando los sufrimientos se palpan con mayor intensidad. Los mamporreros del reino, de los muchos reinos, han trabajado con diligencia para dejarnos con un estrecho margen de maniobra. Y ahora se nos presentan como los pastores que salvarán al rebaño, vaya tela.

Yo no tengo ni idea si ustedes, queridos lectores, se consideran lobos u ovejas, o incluso alguno pastor, lo que sí les aseguro es que yo en un mundo apocalíptico caería a las primeras de cambio, y no por buena persona, sino sencillamente por torpe. Hasta que ese momento llegue, disfrutemos de este jueves. Quién sabe, igual nos salva de tanta barbarie Mercedes Milá con su nuevo programa de cultura, aunque después de tantos años con Gran Hermano, la esperanza es poca. Feliz día.

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