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En el año 2013 la ONG Urgenda demandó al Gobierno de Holanda porque no estaba adoptando las medidas necesarias para evitar el calentamiento global. Su política medioambiental impedía cumplir el «Objetivo 2C», es decir, que la temperatura global no se elevara dos grados centígrados respecto de la era preindustrial. A pesar de las reducidas posibilidades de éxito, un Tribunal de La Haya falló en 2015 a favor de los demandantes argumentando que el Estado «tenía la obligación de proteger a los ciudadanos de los grandes peligros derivados del cambio climático». La sentencia añadía que el Estado «no se debería ocultar tras el argumento de que la solución al problema climático no depende únicamente de los esfuerzos de Holanda». Más bien al contrario, los jueces consideraron que Holanda, al ser un país desarrollado, debía liderar esta iniciativa, máxime cuando un 24 por ciento del territorio nacional se sitúa por debajo del nivel del mar y, por tanto, una subida del mismo sería catastrófica. Por tal motivo, la sentencia obligó al Estado a reducir las emisiones de gases contaminantes en, al menos, un 25 por ciento para 2020 en lugar del 16 por ciento establecido por el Gobierno holandés.

Esta sentencia constituye, sin duda, un hito histórico en la lucha contra el cambio climático. Se trata de la primera vez que un grupo de ciudadanos, agrupados en una ONG, demandaban a un Estado por su inacción frente al calentamiento global. Cuando el Estado moderno nació hace cinco siglos, su principal función era procurar la paz y la seguridad. Unos siglos más tarde, se convirtió en un garante de los derechos y libertades de los ciudadanos. A principios del siglo pasado, el Estado asumió la tarea de prestar determinados servicios básicos esenciales (educación, sanidad, etc.) para garantizar la igualdad de oportunidades. En pleno siglo XXI, los poderes públicos se enfrentan a un nuevo reto: intervenir decisivamente en la protección del medio ambiente para garantizar no solo la calidad de vida de sus ciudadanos, sino también la propia supervivencia de la especie. En efecto, la temperatura promedio de la superficie de la Tierra ha aumentado alrededor de 0,8 grados desde 1880. La velocidad de dicho calentamiento se duplicó a partir de los años cincuenta del siglo debido a la expansión sin precedentes de la industrialización y el consumo de combustibles fósiles. No hay duda de que estamos detrás de este fenómeno. Un 95 por ciento de los más de nueve mil estudios revisados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó en 2014 que la mayor parte del calentamiento venía causado por las concentraciones de gases de efecto invernadero y otras actividades humanas.

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Las consecuencias del cambio climático afectan a múltiples aspectos. Desde el año 2008 las inundaciones, sequías, tormentas y otros desastres naturales motivadas por el cambio climático han obligado a más de veinte millones de personas a abandonar sus hogares. Una pertinaz sequía provocó en el año 2009 la peor crisis alimentaria en el Cuerno de África del último cuarto de siglo. Se estima que cerca del 16 por ciento de las especies de todo el mundo desaparecerán si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan creciendo como hasta ahora. Este efecto supondrá que una de cada seis especies que conocemos no se las podremos enseñar más que en fotos a nuestros nietos. La subida del nivel del mar afectará a más de 634 millones de habitantes que viven en áreas litorales lo que les podría convertir en refugiados climáticos. Algunas naciones insulares de Polinesia podrían desaparecer. Se estima que el 83 por ciento de los humanos no pueden ver las estrellas debido a la contaminación lumínica.

La lucha contra el cambio climático es una responsabilidad compartida de los Estados, empresas y ciudadanos. Se trata, sin duda, del mayor desafío al que se enfrenta la Humanidad en el siglo XXI. Gracias al Acuerdo de París de 2015 adoptado por 195 países, estamos dando los primeros pasos para construir una esperanza en el futuro. Quizá sea el momento de recordar el antiguo proverbio indio: «La Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos».