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Siempre he oído decir que Mallorca es una isla afortunada. Tiene playas hermosas, tiene una vegetación exuberante y tiene en la Serra de Tramuntana las montañas más bellas del mundo, que además la protegen del viento helado que procede de los Alpes. Es el mismo viento que arrasa Menorca, que no tiene esa barrera natural contra el viento, y que además, cuando ocurrió la furia de la construcción de apartamentos, desaprovechó la ocasión de construir una montaña artificial con el peltret (los escombros) sobrante.

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Muchos dicen que Menorca es una roca pelada y que Mallorca es un vergel, y que eso es culpa del «mal viento». De donde se deduce que lo dicho no tiene nada que ver con el poema de Miquel Martí i Pol titulado De ponent, ni vent ni gent, que empieza diciendo: «Ve de ponent com sempre aquest mal vent». Porque lo que ocurre es que el mal viento de tramontana viene del Norte, donde según Espriu «la gent és neta i noble, culta, rica, lliure, desvetllada i feliç», al menos eso es lo que dice en su genial poema Assaig de càntic en el temple. Hay que ver el partido que se le puede sacar al viento en literatura. Aparece hasta en las canciones del premio Nobel de literatura, Bob Dylan: Blowing in the wind. O en títulos archiconocidos como Gone with the wind (Lo que el viento se llevó), o La sombra del viento, y hasta en películas como El vent de l'illa. Pero lo mío era otra clase de viento, porque también se le llama viento, o ventosidad. Cuando operaron a mi madre de cáncer de colon al cabo de un cierto tiempo pasó el médico y dijo: «¿Qué, todavía ningún viento?». Estuve a punto de asomarme a la ventana, por ver si soplaba el viento. «Ya llegará», añadió ante la negativa, porque ya se sabe que los médicos son muy optimistas, cuando se trata de sus propios pacientes.

Y en efecto, el viento llegó, y el médico estuvo a punto de tildarme de hombre de poca fe, porque ni era viento del norte ni de poniente, era viento de la posteridad, que es otra manera de decir el culo. Eso me recordó mis años mozos, cuando comía mucha carne, algo que hoy en día está muy mal visto, y mis ventosidades se llamaban xilles, y mi madre decía que pudia les carnasses. Me enviaron a un quiosco que había debajo de los arcos, davall ses Voltes, una tienda minúscula forrada de revistas y periódicos, y allí se conoce que tenía el vientre revuelto porque solté un zullón morrocotudo y la pobre dependienta no sabía dónde ponerse. «La deus haver deixada ben groga», dijo mi madre.