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Siempre tuve una queja apuntando hacia esa tontuna que representa para mí recuperar, sin dañarlas, las etiquetas de alguna botella de vino; bien porque se trata de un vino glorioso bien porque la botella va vestida con una etiqueta que es una verdadera preciosidad, una obra de arte de algún pintor al que admiro. Pero la verdad es que están las etiquetas de los vinos tan pegadas, tan abrazadas al cristal, que tengo que echar mano del jabón líquido clorinado y el agua caliente y aun así necesito la vecindad de la paciencia para no malograr la etiqueta, coleccionar etiquetas de marcas de vino no vayan a creerse que es un pasatiempo menor o con poco predicamento. Alguno hay que tiene más de 10.000 ejemplares. Sophia Vaharis tiene 16.700 de 60 países diferentes. Con esa cantidad entró en la guía Guiness el 30 de noviembre de 2013 en Atenas (Grecia). Otros incluso tienen abierta una correspondencia epistolar que alcanza los sitios más insospechados de un mundo donde no faltan los adeptos a la marbetefilia.

Queriendo yo saber para este artículo dónde se inicia lo de vestir de gala las etiquetas de los vinos, he llegado a la bodega iniciadora donde se embotella, para goce de algunos bienaventurados, el Mauton Rothschild. Dicen quienes lo saben que cuando la vaca no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo. Otros, forrados de millones, tienen para el caso otras ocurrencias; y así, al dueño de esta emblemática bodega, el barón Philippe Rotchschild, se le ocurrió que la etiqueta de cada año de su marca la realizaría un artista famoso, y a partir de entonces nos encontramos con Jean Cocteau (en 1947), George Braque, George Mathieu, Henry Moore entre algunos de los extranjeros y entre los españoles, a Salvador Dalí, en 1958, Joan Miró (1969), Pablo Picasso (1973), Antoni Tapies (1995) o Rufino Tamallo (1998). Otras etiquetas son también de mucho predicamento como, por ejemplo, para ese vino del que un alma agradecida me ha hecho llegar una caja con seis botellas de Jasper Hill. En la etiqueta lleva un unicornio y un león pregonando sus orígenes pues son los símbolos de Escocia y de Inglaterra. Sí que me agradaría tener las dos etiquetas de dos bodegas diferentes, creadas por el pintor de Ferrerías, Carlos Mascaró. Una de ellas lleva un motivo muy santjoaner, que salido de los pinceles mascaronianos, estoy cierto de que debe ser una de las maneras más elegantes de vestir de gala una etiqueta para una botella de vino.

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En España, además de Carlos Mascaró, tenemos en las bodegas de Enate una etiqueta de Eduardo Chillida, Gustavo Torner o Saura. Con todo, en la actualidad, tengo predicamento por lo de la bodega Albert Noya y sus etiquetas ilustradas por pintores catalanes.

Un ruego, a ver si hay suerte y sirve de algo, ¿por qué no ponen las etiquetas más fáciles de despegar del cristal? El coleccionismo abundaría más y algunos dejaríamos de innovar probando extrañísimas fórmulas para al fin hacernos con la apetecida etiqueta, que me lleva más de una vez a comprar una botella de vino, pensando más en el continente que en el contenido. Para ser precisos, la compramos por el reclamo de la etiqueta, no creo que mi petición sea una cosa tan sesudamente difícil. Los marbetefílicos lo agradeceríamos mucho.