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Los Reyes Magos me parecen la última oportunidad que nos queda a los mayores para no cortar con el cordón umbilical que nos une a lo que nos pueda quedar de nuestros días infantiles. Por el sumidero de la vida vivida se nos fue, sin querer que se nos fuera, la bendita inocencia que tan poco tiempo duró. Me gustan los Reyes Magos, sobre todo los de este año cuando ya barruntaba que su paje Arantxa me haría llegar una botella de Lepanto o de Cardenal Mendoza; y el otro paje, María Demetria, un libro de cocina que vehemente solicité por escrito. Y por aquello de burro grande ande o no ande, ahora mismo les digo que el libro es un libraco que de caérseme en un pie me lo malbarata.

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Otros tuvieron después de un año, no diré sabático para que no se me enfaden, pero vamos, sin calentar mucho el escaño, un mes de vacaciones a cuenta de los Reyes Magos, o sea de los contribuyentes. Como aquella «perrigalga» que lo único que hizo durante el año fue enseñar una anatomía ya enseñada en un par de revistas para venir a decir en una tercera portada que se iba de vacaciones al caribe para descansar. No se me figura de que tienen que descansar nuestros políticos para tener un mes de vacaciones por Navidad, naturalmente pagado. No sé qué pensarán algunos trabajadores que cobran 700 euros y a los que no les pagan ni las horas extraordinarias.