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Etimológicamente, cine significa imagen en movimiento. Fueron los hermanos Lumière quienes proyectaron en diciembre de 1895 la primera película: la salida de obreros de una fábrica francesa en Lyon. Desde entonces ha llovido mucho, George Méliès introdujo las historias en el cine, y luego surgieron directores como Eric von Stroheim o Charles Chaplin. En 1927 apareció el doblaje, en 1935 empezó a filmarse en tecnicolor y en el año 2000 se realizó en París la primera proyección pública de cine digital. Hoy en día conviven multitud de géneros cinematográficos: comercial, independiente, de animación, documental, experimental, de autor, ambiental, etc. Pero lo que hoy me mueve a escribir este comentario son las caras que pone la gente cuando ve una película.

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Cuando el cine solo se proyectaba en salas a oscuras, no era fácil ver las caras, como no fuera las de los vecinos de butaca en las secuencias más luminosas. Para esto había que volver la cabeza o desconectar uno mismo del argumento absorbente de la película. A menos que uno estuviera intentando ligar y en lugar de la pantalla se dedicara a explorar el terreno. Había de todo: gente que comía cacahuetes y dejaba la localidad nevada de cáscaras, enamorados cogidos de la mano, cabezas que se juntaban con amor y no dejaban ver al vecino de atrás, etc. Un largo etcétera. Luego, cuando las películas llegaron a la televisión uno ya podía observar las caras de felicidad de sus hijos cuando veían dibujos animados, o las de las mujeres cuando veían películas románticas, y también los movimientos bruscos, cerrar los ojos, taparse el rostro con las manos y demás que provocaban las películas de terror. Esto sigue siendo así, incentivado por las cadenas que ofrecen películas enteras, sin cortes publicitarios, o telefilmes en serie sabiamente calculados para impresionar y captar la atención del público. Esto último ha llegado a ser tan así que incluso ha pasado a los libros, hoy en día uno no puede escribir una novela sin intriga y confiar en que le lean.

Las caras que pone la gente cuando ve cine o televisión son reveladoras. Indican una perfecta concentración, una comunión íntima con la pantalla. Supongo que de esto se aprovechan los anunciantes, que saben que nada es tan efectivo como un buen spot publicitario. La pantalla, grande o pequeña, consigue hacer presidentes, establecer modas, imponer peinados y hasta fijar la moral que se lleva ahora mismo. Suerte que con la edad uno llega a dormirse viendo cine.