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Ayer tuve un extraño sueño, a decir verdad tuve un mal sueño, una pesadilla horrorosa, como si fuera una gripe sin vacuna, una metástasis secesionista porque a todas las autonomías les había dado por el mismo síndrome separatista. Decían presidentes y presidentas que ellos no iban a ser menos que Carles Puigdemont, a lo que la señora Susana Díaz, postulándose, añadía: «¡Digo!». Y el señor Revilla, que venía el hombre de reponer su reserva de anchoas, sentenció: «Para mí que nos ha dado a todos un tabardillo, un virus separatista, si no, no se explica».

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Para cuando a don Mariano le llegó el tufo de lo catalán pero en forma de epidemia colectiva, solo alcanzó a decir: «No se puede jugar con cosas que afectan a tu país para castigar al gobierno». ¡Anda coño! (Creo que eso ya lo dije en el asunto del decreto de los estibadores). Pero es igual, la frase sirve para un roto y para un descosido porque también pudiera haber dicho: «Éramos pocos y parió la abuela». Ya sé yo que los españoles y las españolas me entienden por dónde voy. En cualquier caso, nuestra farmacopea para lo del virus separatista es el Constitucional. Mano de santo. Una dosis generosa de Constitucional no hay virus secesionista que lo resista. Con esas, casi ya a la del alba, mi perrita Lluna ladró como si se desgañitase, no sé si a un gato o a la luna porque la primavera me la ha puesto romántica y me desperté francamente perplejo, por no decir acojonado.