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Sé que debería estar hablando de la muerte de Carme Chacón, pero también sé que eso es lo que hacen todos. Vaya desde aquí mi más sentido pésame a la familia de la joven política que ha visto truncada su vida por una enfermedad congénita, pero no voy a hablar de eso. A veces pienso que los que escribimos columnas de opinión somos como borregos, que nos ponemos a comentar la actualidad tanto si dominamos el tema como si no, simplemente por ser actualidad. Hay que seguir la corriente, la dictadura del momento, del día a día, o a lo mejor incluso del partido a partido.

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Pero yo me resisto a hacerlo. Me resisto por la sencilla razón de que si la gente se echara masivamente por un puente me abstendría de saltar. ¿Es que no podemos escribir comentarios, dar visiones del mundo sin referirnos forzosamente a lo que sucedió ayer, o esta mañana, o hace una hora? Yo les aseguro que el mundo seguirá rodando dentro de una hora, o esta tarde, o mañana por la mañana. Una vez, cuando escribía en «El Periódico de Catalunya», Josep Maria Cadena, veterano periodista catalán, me dijo que tenía que ponerse a escribir un editorial sobre la guerra de Irak, y me aseguró, irónicamente: «¿Ves? Ahora yo con mi editorial voy a arreglar esto de la guerra de Irak. ¡Je. je!...». No lo arregló, por supuesto, pese a que la pluma sea más poderosa que la espada y pese a la dictadura de la actualidad en periodismo.

Hace poco vi una película de cuyo nombre no puedo acordarme. Una joven esperaba a un muchacho con el que había formalizado una cita a ciegas. No lo había visto nunca, pero creía que sería guapo y galante. De repente llama a su puerta un joven apuesto y muy educado, ella le acribilla a preguntas y parece ser que pasa el examen. Entonces él le dice: «¿Puedo hacerte yo una pregunta?». «Claro». «¿Has dejado entrar a Jesús en tu corazón?». La chica le estampa la puerta en las narices. No era el chico que esperaba, que llega un poco más tarde. Tampoco parece que haya dejado entrar a Jesús en su corazón. Eso parece traerla sin cuidado. Me pregunto qué hubiera pasado si el chico va y le dice: «¿Quieres casarte conmigo?». O si se hubiera atrevido a decirle: «¿Puedo quedarme a vivir contigo?». O bien: «¿Quieres que hagamos el amor?». A lo mejor no, a lo mejor hoy en día el amor ya se compra hecho, como los platos precocinados. Son todas preguntas conflictivas, cargantes, incluso la de Jesús, pero a lo mejor no son periodísticamente de rabiosa actualidad.