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Creo estar cierto si digo que fue el mismo día que detuvieron al expresidente de la Autonomía madrileña señor González, principio de un verdadero desastre para la credibilidad de un partido político. El Sr. Rajoy les decía a militantes de Nuevas Generaciones del PP «la gente del PP no se porta mal nunca». Por lo menos Sr. Rajoy ante hechos de la presunta corruptela como la que ahora está haciendo crujir las cuadernas y hasta el armazón entero de la nave pepera madrileña, debió ese día haber practicado usted la impagable oportunidad de no decir semejantes desatinos. Creo que ni usted ni el gobierno que preside ni tampoco por eso su partido, son conscientes cabalmente del verdadero hastío, de lo harta que empieza a estar la gente normal y corriente.

Se ha publicado que durante años se impidió una intervención policial de inspección al sr. González, y eso no es precisamente una muestra de que «quien la hace la paga». Están ustedes jugando con fuego, porque no crean que la población española les va a permitir seguir con una corrupción que ha sobrepasado la indecencia más descarada. El otro día escuchaba a un tertuliano en televisión decir que donde se ha instalado el PP parece que lleva aparejada la corrupción.

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Hace años que yo ya vaticinaba que los políticos españoles debían corregir el rumbo, que como iban las consecuencias podrían ser imprevisibles. Por de pronto, se han encontrado con nuevos partidos, nacidos precisamente de esa situación del PP y el PSOE en su acomodada circunstancia de su alternancia en el poder entre los dos partidos; no se imaginaban lo distinto que podría llegar a ser lo de tener que agavillar mendigando los votos necesarios a la hora de sacar unos presupuestos adelante o simplemente ganar una votación.

Ahora he reunido el valor suficiente para decirles que la corrupción que con tanto descaro se practica en general, pero con especial desfachatez en torno al PP, acabará por situar nuestra política en alguna encrucijada que presumo penosa.

Todo lo que los políticos rapiñan acaba en paraísos fiscales. Una vez que se ha hecho público y notorio los millones de euros volatizados de un caso de corrupción concreto, no se devuelve ni un solo euro. Eso, entre otras desgracias comparativas, entre el corrupto que ha amasado una fortuna y la persona honrada, hace que sea imposible colateralmente hacernos tragar la interesada letanía de que todos somos iguales ante la Ley. Además les permite hacer frente a abultadas fianzas; ni siquiera en ese asunto procesal de la misma, la justicia se nos muestra con la equidad de la pregonada igualdad. Por otra parte, los que han hecho lucrativa actividad del honrado oficio de la política hasta enriquecerse, ven como la justicia se ralentiza mientras esperan que lo suyo prescriba, la población honrada las pasa amarga para llegar a fin de mes, y si todo fuera poco, aparece solapado con demasiada frecuencia lo de la financiación ilegal del partido en el poder. Es fácil comprender que la ciudadanía se pregunte qué hay de verdad en semejantes sospechas.