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En determinadas zonas el turismo tiene dos caras, pues tiene muy encontrados dos tipos de personal: el que no ve ni un euro de la afluencia turística y el que ha hecho del turismo su negocio, su medio de vida, en algún caso hasta enriquecerse.

Por esa razón los problemas que un turismo masificado, el de la juerga y la borrachera diaria, el que se orina en cualquier esquina, el que organiza su particular zambra nocturna sin dejar ni dormir ni descansar a los que tienen la desgracia de vivir en esos lugares sin sacar de todo ello ni un céntimo de beneficio, es normal que lo vean como un problema, una plaga, mientras otros se están forrando.

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Algunos lo piensan, incluso lo dicen, cuanto más turismo venga mejor, sin pararse a pensar que otros están empezando a ver el turismo como algo perturbador. De hecho, un piso en una zona masificada por una juventud turística que deja poco y a veces destroza mucho, ha bajado su valor en el mercado inmobiliario, de tal manera que ni aún medio regalándolo se encuentra comprador, a no ser que sea para ofertarlo como una aportación más hacia ese tipo de turismo.

Menos mal que la mayoría de turistas actúan civilizadamente, haciendo grata su presencia, porque si solo existiera el turismo de la vomitona, al desprecio iría unido la desesperación justificada.